Opinión | ENTRE ACORDES Y CADENAS

Franco está muerto. Dejadnos en paz

La memoria es tan solo memoria. Y pretender resucitar a los fantasmas del pasado es peligroso

A diferencia de Ana Belén, yo no nací en el cincuenta y tres. Lo hice algunos años más tarde, a finales de los ochenta, de modo que, por suerte, no experimenté la dictadura y apenas recuerdo la caída del telón de acero. Desde pequeño, siempre he vivido en una democracia en la que, por lo menos hasta hace poco, unos y otros se respetaban y trataban de llegar a acuerdos sobre las cuestiones más importantes para la ciudadanía.

En los órganos constitucionales de representación, los diputados y senadores de los distintos partidos políticos tomaban la palabra en un riguroso orden preestablecido y, cuando hablaban, los demás se limitaban a escuchar o, al menos, a aparentar que lo hacían. En silencio aguardaban su turno y, en el momento de subir al estrado, los demás repetían la operación. Nadie se gritaba, nadie se insultaba. La disconformidad se manifestaba en forma en réplica. Y, al finalizar el pleno, todos se marchaban acompañados de un murmullo cuasi imperceptible.

Ahora, sin embargo, el estado de cosas ha cambiado. Puede que debido a la influencia de los reality shows, de la progresiva utilización de las redes sociales o de la generalización de la mal llamada «carrera política», que consiste en dedicarse únicamente a caer de hinojos ante el líder durante muchos años hasta que, por los servicios prestados, te conceda una recompensa en forma de cargo político remunerado. Lo de estudiar o trabajar sin duda está pasado de moda.

Pero la pervivencia de este sistema exige algo, un pilar sin el cual el entramado artificial que han creado se derrumbaría como un castillo de naipes. Y ese algo es la permanente confrontación, la fabricación de una cortina de humo que impida a los espectadores contemplar qué sucede detrás de ella. Mientras el sistema impositivo ahoga a la clase media, que pronto dejará de serlo; mientras el IPC o el Euribor ascienden hasta la estratosfera, haciendo cada vez más difícil llegar a fin de mes; mientras la sanidad pública acumula retrasos de meses para una simple cita con el especialista; mientras la educación deja de ser tal para convertirse en algo extraño, incalificable y carente de contenido cultural; mientras ocurre todo esto, nos bombardean una y otra vez con discursos incendiarios sobre un lejano episodio de nuestra historia llamado «Guerra Civil».

La memoria es importante. No cabe duda. Pues quien no conoce su pasado está condenado a repetirlo. Pero la memoria es tan solo memoria. Y pretender resucitar a los fantasmas de las épocas pasadas es peligroso, sobre todo cuando esta decisión, lejos de pretender sólo el mero recuerdo u homenaje, se hace con fines políticos y para sembrar la discordia.

Si el hito más importante del año 2019, por el que alguien dijo que pasará a la historia, fue la exhumación del cadáver de Francisco Franco del Valle de los Caídos y su reubicación en el cementerio de Mingorrubio-El Pardo, mal vamos. Si el hito más importante, según algunos, del año 2022 fue la aprobación de la Ley de Memoria Democrática, mal vamos. Porque la verdad es que, a la inmensa mayoría de los españoles, entre los que me incluyo, les es totalmente indiferente dónde esté enterrado Franco, si en Mingorrubio o en Bollullos Par del Condado, provincia de Huelva, precioso pueblo. Como también les dan igual las hazañas de un señor apellidado Queipo de Llano o de otro llamado Francisco Largo Caballero. El primero murió en 1951 y el segundo, en 1946. Y Franco, ese ser de ultratumba que todavía merodea por las oscuras habitaciones de los impúberes y se les aparece en sus pesadillas, dejó esta tierra hace ya cuarenta y siete años. Y con él, pese a los delirios de unos pocos, también terminó el autoritario franquismo.

Si en España, después de casi medio siglo de democracia, queda algún franquista, se trata sin duda de un espécimen en peligro de extinción. Por ello, ser antifranquista en pleno siglo XXI, cuando este régimen no es más que un vestigio del pasado, es tan absurdo como pronunciarse públicamente a favor del general Espartero o de Narváez, que son hoy, al igual que Franco, polvo y cenizas.

Pasemos página de una vez y demandemos a los políticos soluciones a los problemas actuales, que son muchos y preocupantes. Y dejemos a los muertos, rojos o azules, descansar en paz.

Decía Confucio que «cuando el sabio señala la luna, el necio mira el dedo». No seamos, pues, necios y démonos cuenta del engaño, de la distracción, el franquismo y antifranquismo, que nos impide contemplar lo que en verdad sucede detrás del telón.

* Juez y escritor

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