Opinión | ESCENARIO
Anestesia
Lo que voy a contar sucedió un 28 de febrero pero sólo tiene que ver con el Día de Andalucía que era fiesta y por ese motivo y también para agasajar a dos señoras de León qué la estaban visitando, mi amiga Eulalia organizó un perol en su casa de Cerro Muriano. Por la mañana, muy temprano, ya estaba yo allí para ayudar en lo que hiciera falta, porque no era de recibo que a las leonesas, que además de invitadas tenían costumbre de levantarse tarde, les diéramos un madrugón. Eso sí, lo primero que hice fue pararme en el puesto de los jeringos -los del Muriano son de los mejores- que a Eulalia le gustan una barbaridad, pero apenas habíamos empezado el desayuno cuando su padre, don Heliodoro, apareció en pijama y batín, quejándose de un fuerte dolor de muelas.
Los dolores de muelas son bastante incapacitantes, pero don Heliodoro tenía el umbral del sufrimiento bastante bajito, así que sus quejidos fueron in crescendo y empezó a decir cosas tremendas como que el dolor se le estaba subiendo a la cabeza y que ésta le iba a explotar o que se iba a volver loco. Como vimos que allí la cosa tenía poco arreglo y que el perol peligraba, Eulalia y yo decidimos llevarlo a urgencias y una vez decidido, fui yo la encargada de llevarlo, porque, claro, era más práctico que Eulalia, que estaba en su casa, continuara con los preparativos. La bajada desde Cerro Muriano estuvo amenizada con los lamentos de don Heliodoro, que se apretaba la cara y la cabeza con las manos para, de pronto, dejarse caer desfallecido en el asiento como si ya no tuviera fuerzas para soportar más dolor.
En las urgencias le pusieron un calmante, avisándonos -más a mí que a don Heliodoro- de que si se dormía o amodorraba, no nos extrañásemos porque sería debido al calmante. Casi de momento y en el camino de vuelta, el dolor se le fue pasando, pero lejos de dormirse o amodorrarse, le dio por ponerse locuaz y, ya totalmente recuperado, así continuó durante todo el día. Mientras Eulalia y yo cortábamos, picábamos, freíamos y demás menesteres propios de los peroles, cogió por banda a las señoras de León y a unos cuantos amigos más y los tuvo entretenidísimos contándoles toda clase de ocurrencias y anécdotas. Nadie podría pensar que el principio del día había sido tan dramático. Me pregunto si se trató de una reacción extraña al calmante o si se equivocaron y le pusieron otra cosa. En cualquier caso me gustaría saber cómo se llamaba.
* Escritora. Académica
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