Opinión | PUNTO Y COMA

Ciudades vs. pueblos

Hay personas que, por sus propias circunstancias, nacieron, crecieron y han vivido siempre en un pueblo; otras, por el contrario, vinieron al mundo en una gran ciudad que, en muchos casos, no han abandonado a lo largo de sus vidas salvo para realizar una escapada de fin de semana a un entorno rural cercano. Por otro lado, están esos otros ciudadanos que contribuyeron a engrosar las cifras del éxodo rural durante la segunda mitad del siglo XX y, a la inversa, los que están protagonizando la estampida urbana, ya en la tercera década del siglo XXI. El ser humano siempre se ha ido moviendo de un lado para otro, bien porque pensaba que con el cambio podría mejorar, o bien por pura necesidad.

Durante mucho tiempo, esa necesidad llevó a millones de aldeanos y habitantes de villas a emigrar hacia medianas o grandes capitales. En los últimos años, sobre todo a raíz de la situación de encierro forzoso que padecimos los españoles en la primavera de 2020, la perspectiva de muchos vecinos urbanos ha cambiado y ya no defienden con tanta alegría las ventajas de vivir en una ciudad frente a los que habitan en un entorno rural. Además, la necesidad vuelve a aparecer, pero ahora para obligar a la gente a hacer el camino inverso. Sea como fuere, yo he tenido la suerte de nacer y crecer en Córdoba, en un entorno urbano, y de vivir no solo en otras capitales de provincia, como Huelva o Bilbao, sino también en grandes ciudades, como Madrid o Barcelona, y en medianos y pequeños pueblos, e incluso en una aldea ubicada en pleno macizo galaico. Digamos que podría ser una buena moderadora ante el eterno debate de si se vive mejor en las ciudades o en los pueblos. Partiendo del hecho de que el bienestar se hallará donde uno tenga un medio de vida, habitar en un entorno rural ofrece ventajas de las que carecen los residentes en las ciudades, y, al contrario, estos disfrutan de beneficios que no poseen los vecinos de los pueblos.

En Madrid, iba en el metro por las mañanas hacia la universidad o el trabajo, y nadie reparaba en mi presencia; quizás no empleaba mucho tiempo en pensar qué ropa llevaría puesta al día siguiente; podía visitar museos de primera línea, acudir a estrenos de teatro exclusivos de la capital, estudiar cualquier idioma del mundo y pasear toda la tarde sin encontrarme con alguien que me preguntase si había dejado de nadar o si ya tenía novio. En Córdoba, iba al instituto y a entrenar andando, sin perder mucho tiempo en los desplazamientos; disfrutaba de las amistades de toda la vida, esas con las que creces y a las que, cuando ves, no es necesario poner al día, porque siguen en tu día a día, y era posible no caer en la desenfrenada vida de las grandes ciudades. En la aldea de Ourense donde pasé todos los veranos de mi infancia y a la que ahora vuelvo todos los años, disfruto de la naturaleza en estado puro, de salir a correr y respirar aire limpio, de los productos de la huerta y de la emoción que se siente cada mañana cuando el panadero llega al pueblo o, los domingos, cuando suenan las campanas de la iglesia.

Hay personas que, por nuestras propias circunstancias, nacimos y crecimos en una ciudad; vivimos durante bastantes años en una gran capital, y, actualmente, nos vamos moviendo de un lado para otro tratando de aprovechar lo mejor que ofrece cada lugar y cada estilo de vida. ¿Mejor ‘urbano’ o ‘rural’? La respuesta depende del momento histórico y, sobre todo, vital que atravesemos.

 ** Lingüista

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