Opinión | ESCENARIO

Fuego

Que el descubrimiento del fuego --hace más o menos un millón de años-- supuso un hecho trascendental en la evolución de los seres humanos, está fuera de toda duda. Significó luz, calor, protección, industria, higiene, desinfección y cochura de los alimentos. Esto último permitió ablandarlos, además de eliminar parásitos y elementos tóxicos, y aumentar su aporte energético: hubo que invertir menos tiempo en la digestión, lo que concluyó en el aumento del tamaño del cerebro. Otra cosa fue el mantenimiento del fuego, obtenido de combustiones espontáneas, hasta que fueron capaces de producirlo de manera artificial, frotando dos trozos de madera o golpeando una piedra contra otra.

A pesar de la facilidad actual para producir una llama con cerillas, mecheros o encendedores, montar un buen fuego no es nada fácil. Esto lo sabe cualquiera que haya intentado hacer fuego alguna vez. En las películas sucede en un momento, pero en la realidad hay que respetar unas normas mínimas si esperamos tener éxito: leña seca, empezar con palitos, ramitas o piñas viejas, colocar los leños en capas longitudinales y transversales o disponerlos piramidalmente, siempre dejando entre ellos la separación suficiente como para que pase el aire; soplar, abanicar y, sobre todo, colocar estratégicamente algún elemento que mantenga la llama un rato hasta que prenda todo el montaje. Para eso están las pastillas de encendido, los tapones de corcho impregnados en alcohol de quemar o la clásica muñequilla de trapo empapada en aceite. En cualquier caso, paciencia.

Y luego está el otro sistema, el de la caja de pollos. En mi casa lo llamamos así porque así lo llamó la que me dijo el truco, la dueña de un supermercado de Cerro Muriano, que me oyó quejarme de las dificultades antes expuestas y dijo con toda sencillez: «Para encender la chimenea lo mejor es la caja de pollos. Anda, ve y dile a mi hijo, que está en el patio, que te dé una caja de pollos». Tardé un rato en comprender que se refería a una caja sin pollos dentro, de esas hechas con tiras de madera separadas, que lo mismo se emplean para transportar pollos que frutas y verduras. De hecho, a mí me las proporciona el frutero. La próxima vez que tengan que encender el fuego, hagan todo según las normas que dictan la costumbre y el sentido común, antes descritas, pero les aseguro que si prueban con la caja de pollos nunca más querrán encender el fuego de otra manera.

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