Opinión | Escenario

Kira

«Mi perrita está pendiente de mí y de mis menores movimientos. Es un saquito de amor»

Kira es mi perrita, una teckel de pelo duro; tiene ocho años y pesa siete kilos y medio. No es una perra heroica, suponiendo que no sea un heroísmo aguantarme a mí. Quiero decir que no es de esos perros que, por ejemplo, presienten que sus amos van a tener un ataque epiléptico y se ponen debajo para amortiguar el golpe de la caída; tampoco es de los que, tras un terremoto, encuentran a personas bajo los escombros, o bajo la nieve, si han quedado enterradas por un alud; o sirven de guía a seres humanos con dificultades en la visión; ni es de los que cuidan al ganado o ayudan a la policía; ni siquiera participa en cacerías, que sería lo indicado para su raza.

Kira no hace nada especial. Es una perra normal y corriente que solo se ocupa de ladrar cuando llaman a la puerta y ante las visitas se deshace en numerosos saltos de entusiasmo. Es una pesada. Cuando me ve preparada para salir a la calle, se va poniendo delante, cortándome el paso, recordándome que la prioridad es sacarla a ella para que pueda olisquear a placer los efluvios de la vecindad y, sobre todo, de los otros perros y perras que han pasado por allí antes que ella. En general se lleva mejor con los perros, pero sus simpatías y antipatías resultan un enigma para mí. Cuando de verdad disfruta es cuando vamos al campo y puede correr libremente hasta que la pierdo de vista. Entonces empiezo a preocuparme por si le ha pasado algo y no puede volver. Le silbo y viene corriendo. Y eso sí que tiene mérito, que reconozca mi silbido, que cada vez me sale de una manera. A veces, no viene inmediatamente, me aterrorizo y empiezo a llamarla por su nombre gritando como una loca. Y de pronto, la descubro junto a mi pie -es mimética y la tengo tan cerca que no la veo- mirándome asustada. Todo no es perderse; también le encanta tumbarse y tomar el sol, aunque sea verano.

Ya digo que Kira no es especial ni especializada, pero es lista. Si se acaba el agua de su bebedero, lo arrastra desde la cocina hasta donde estoy con el consiguiente escándalo del acero inoxidable contra el suelo. Como para no enterarme. En estos días fríos le gusta meterse en el rincón que se forma entre mi cuerpo y el brazo del sillón y, si la tapo con la manta, se arrebuja gruñendo de placer. Eso sí, Kira está pendiente de mí y de mis menores movimientos, siempre atenta a mis deseos y deseando que le permita mostrarme su cariño. Es un saquito de amor.

*Escritora. Académica

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