Opinión | CIELO ABIERTO

Escribir la ciudad

Manuel Fernández ha recibido esta semana el Premio Córdoba de Periodismo de Asprencor

Siempre me ha parecido que encontrar el detalle desde lo cotidiano puede ser otra forma de mirar lo real. Quizá no se distinga en un primer barrido, en esa panorámica despierta que aspira vagamente a vislumbrarlo todo. Entramos en un sitio, levantamos la vista y creemos haber contemplado un espacio. Vamos caminando en mitad del mercado: percibimos olores que se agolpan, coincidencias, restos de palabras que nos llegan de sus conversaciones desvaídas, rotas sobre los puestos de pescado con escamas cubiertas por el hielo cortado a cuchillo, sobre carnes expuestas con su vitalidad muscular y rojiza, o en la sensualidad de algunas frutas que se exponen abiertas a una dulce ebriedad. Todo eso también nos recuerda a algo, nos hace evocar algo, pero las sensaciones se van quedando atrás. Nos cruzamos con hombres y mujeres que conducen también su propia vida a cuestas, que quizá reparen en nosotros, en alguna singularidad de nuestro paso o nuestra vestimenta, en esa lentitud que se demora en un puesto de flores, con su propio lenguaje de aromas enlazados sin manos que calienten su aire quieto. Somos los destellos que pueden disociarse de la acumulación de realidades, porque también nosotros podemos señalarlos, sacarlos de su marco y escribirlos. Hay una literatura de periódico oscilante entre la observación y una suerte de hallazgo sorpresivo que de pronto nos saca de la imagen y nos hace mirarla de otra forma, mientras ese proceso nos transforma: esa rebeca azul de la mujer que se para delante de nosotros y nos lleva de pronto a otro momento, quizá en un mercado parecido a este, quizá en otra ciudad, quizá una misma tarde invernal y muy fría de hace algunos años, con los vientos helados, cuando nunca hubiéramos podido imaginar que el futuro era esto. Una voz que evoca el eco de otras voces, con una luz gaseosa: esa sensación de estar cruzando una escena que ya vivimos antes, a la que hoy regresamos, con la certeza incluso de volver a un pasado que nunca ha sucedido.

He leído las columnas, los artículos y los reportajes de Manuel Fernández desde que leo el CÓRDOBA. Es decir, casi desde que tengo algo parecido a memoria lectora. Recuerdo iniciar el periódico por la contraportada para leer su columna: breve, incisiva, con el verbo certero, contenido y sobrio, amplio en sus evocaciones, en ese tratamiento del recuerdo que se mide de pronto cuando nos sorprende en una calle, porque también nos mira y nos somete a su propio escrutinio. En las columnas, en los artículos de Manuel Fernández te encuentras siempre al hombre. Una voz proyectada para ti únicamente. Algo parecido a lo que sucede, a veces, en la radio: que no se habla para un público más bien desenfocado, porque es inabarcable, sino hacia cada oyente. Porque esa voz que escuchas se está dirigiendo directamente a ti. Ahí está el secreto de la radio, en esa calidez que también tiene la literatura de periódico cuando te interpela desde una intimidad que toca la noticia y la convierte en vida. Como escribir una novela histórica y lograr convertir a los personajes en personas: describir el tejido, darle hondura, esa respiración de realidad.

La emoción de Manolo Fernández al recibir esta semana el Premio Córdoba de Periodismo, concedido por la Asociación de la Prensa de Córdoba, reconociendo una trayectoria que se ha ido generando, como novela en marcha, en las páginas de Diario CÓRDOBA, es otra escritura del momento. El periodista de Villaralto ha dejado su impronta de periodista andador, de escritor periodista, desde una mirada transversal sobre la superficie de las cosas para ahondar más en ellas con lenguaje sencillo, en una especie de costumbrismo lúcido que es también la memoria que acoge y acompaña. «Los periódicos de mi padre y la radio de mi vecino, el cartero, me enseñaron que el mundo era más grande y me fui a conocerlo. Hoy es como si regresara a mi pueblo», dijo al recibir el premio. Algo de regreso tiene siempre escribir: al lugar del crimen de nuestros apetitos o a nuestra redención. Este premio ofrece también el reconocimiento a una época del periodismo cordobés, que se filtraba en unos días recién abiertos a la democracia y a la libertad, con todos sus temblores y esperanzas. Somos hijos del tiempo. Escribir es hacerlo lo mejor que se puede y encontrar un lector. La ciudad ha seguido leyendo a Manolo Fernández para encontrar, también, un rastro de sí misma. Periodismo andariego, memoria de una edad. Partiendo de un detalle, escribir nuestro presente en marcha.

*Escritor

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