Opinión | ENTRE VISILLOS

Sueños para empezar el año

Es inevitable el vértigo y la angustia que produce el cambio de calendario

No es una sensación nueva, es un sentimiento que se repite cada doce meses por estas fechas. Pero no se puede evitar el vértigo que produce el cambio de calendario, la angustia al pensar qué nos deparará la suerte, la buena suerte y la mala, en el año recién estrenado. Como todos, llega cargado de incógnitas. Sabemos cómo ha empezado, entre risas más o menos forzadas, luces y canciones navideñas, aunque más parece que la principal banda sonora de las fiestas sean los petardos, porque, a juzgar por lo visto y oído en Córdoba, nadie ha hecho caso al bando municipal que los desaconsejaba. Conocemos la traca del comienzo pero nadie, ni con una bola de cristal, puede adivinar cómo acabará este 2023 que mañana rematará en las calles la Navidad con las cabalgatas de los Magos de Oriente, los Reyes de la inflación.

Lo único que está claro es que nos hemos desprendido del año viejo sin dolor por dejarlo. Sí con otro tipo de pena, la pena fina cordobesa de la que se quejaba Ginés Liébana, pintor, escritor y último superviviente de Cántico. Se apagó en un hospital madrileño a los 101 años, él que había exprimido la vida hasta el último suspiro, cuando al 2022 apenas le quedaban unas horas y se escuchaban por todos lados las fanfarrias de la Nochevieja. Tuvo mala pata Ginés, el travieso y lúcido Liébana que ponía júbilo en la serenidad de aquel grupo de amigos poetas y artistas; tuvo mala pata en el día escogido por la parca. Con la ciudad de celebración y las redacciones de los medios casi vacías; sin periódicos de papel al día siguiente, solo el anticipo digital. Con la poca prensa disponible volcada en otro óbito más rimbombante e internacional, el del Papa emérito, que dejó este mundo el mismo día que nuestro genio alegre, cosas del azar. Aunque quizás a Ginés, que se reía de su sombra, le hubiera divertido la coincidencia; y de haber podido lo mismo hubiera acabado contándola en una pintura de simbolismo mordaz o en los herméticos chascarrillos que escribía para solaz propio y luego leía con entusiasmo a los amigos. Menos mal que el Ayuntamiento estuvo al quite para hacer justicia al Hijo Adoptivo que, nacido en Torredonjimeno, era alma de Córdoba, ofreciendo a la familia que en Córdoba repose para siempre.

Ojalá pudieran quedar enterradas también las desgracias que nos trajo 2022. El año de la guerra que desangra a Ucrania por los delirios de grandeza de un ruso loco; el del subidón de la luz y de la cesta de la compra, con precios obscenos que difícilmente recuperarán la normalidad -esa que pretendemos haber logrado en tantos otros aspectos de la era postcovid- a pesar de la bajada del IVA en los alimentos básicos, decretada por el Gobierno para suavizar la cuesta de enero en año electoral. Ojalá se diera carpetazo, con leyes que lo atajen y más concienciación ciudadana, al mayor peligro que acecha al planeta, el del cambio climático y sus desmanes. Ojalá sepultáramos como crónica negra del pasado el tsunami de crímenes por violencia de género que nos ahoga, sin que nadie sea capaz de levantar un muro fuerte que contenga las aguas: medio centenar de mujeres asesinadas en España por sus parejas en el año que felizmente se largó, no sin antes despedirse con once víctimas mortales en diciembre.

Soñemos con que tras ese mes negro vendrán días diáfanos en todos los sentidos, que volverá la paz a Europa -o, ya puestos, a la Tierra toda- y la tranquilidad a las precarias economías domésticas. Que la pandemia, a pesar del rebrote chino que ha disparado las alertas, será pronto una pesadilla olvidada. Que ningún hombre considerará a una mujer posesión suya para usar y tirar como a muñeca rota. Soñemos con un mundo mejor, y tal vez algún día sea posible.

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