Diario Córdoba

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Joaquín Pérez Azaustre (Julio 2023)

La cierva implacable

El derecho no puede retorcerse para servir, únicamente, al interés de un líder político

A diferencia del delito de sedición, la poesía puede serlo todo y además cambiar sobre la marcha, girar sobre sí misma y pronunciarse en los nombres alterados que nos hacen temblar. A diferencia del delito de sedición, la poesía, que todo lo encarna y lo trastorna, no cambia de nombre, ni de pena, porque siempre hay herida más o menos al fondo: el estremecimiento que se viste con lujo de palabras o con despojamiento sensorial. Da igual que hablemos de una tradición, de otra tendencia, de una escuela o pulso entre los libros previos y presentes: la poesía no se negocia, porque nos va la vida en escribir. Claro que, de vez en cuando, aparecen algunos avispados que tratan de hacernos pasar otras cosas por poesía, bajo discursos interesadamente ideológicos, o maniqueos, o igualitarios: así, amparándose en una poesía para todos --lo que es completamente cierto: la poesía es para todos; pero, especialmente, de quienes se adiestran en leerla y en saber interpretarla--, acaban confundiendo la claridad con la nadería, la horizontalidad con el vacío, el contrato social con la falacia. Todo esto existe y siempre existirá, y será cuestión de cada lectora y lector distinguir el grano de la paja para así elaborar un canon propio. Tan tramposo es quien trata de vendernos como gran lirismo la lista de la compra, o el prospecto de un medicamento --que pueden ser elementos de un poema, por supuesto; pero no son un poema en sí-- como quien nos desea convencer de que el precio de la concordia es rebajar las penas de sus socios, y cambiar la naturaleza y hasta el nombre de su delito de sedición, para que así puedan seguir apoyando su Gobierno, mientras lo que entregan es la convivencia. Porque la poesía está en todo, pero no todo es poesía; y el derecho, con el principio de legalidad y de tipicidad al frente, por mucho que se quiera travestir de una santería social, no puede retorcerse para servir, únicamente, al interés de un líder político.

Ana Castro Valero es una poeta, editora y columnista del Diario CÓRDOBA que ha convertido la realidad de cuerpo en guerra de su vida en la extensión total de su palabra poética. Acaba de ganar el Premio Ricardo Molina por ‘La cierva implacable’, su segundo libro de poemas, con un buen jurado: Juan Cobos Wilkins, Aurora Luque, Juana Castro, Bernardo Ríos y Raúl Alonso, poeta y director de la editorial Cántico, que editará su libro. Antes ya publicó, en Renacimiento, su ópera prima: ‘El cuadro del dolor’. Un cuadro del dolor que era y es su vida, y no desvelo nada que ella misma no cuente ni comparta en sus redes sociales y en sus intervenciones públicas, con una intensidad que sólo viste a quien esboza siempre su verdad: porque parte del proceso de asimilación de ese daño que arrasa el cuerpo de Ana es contarlo, es evidenciarlo, es sacarlo de esa doble herida y agresión subterránea del silencio. Quiero decir que, aunque la poesía puede serlo todo y estar en todo, Ana Castro ha tenido la valentía de enfangarse en la zona más dura de su autorretrato y nombrarla de frente con su expresión poética. Nada de pijaditas sutiles y livianas, o profundidades pretenciosas que no pasen de un ‘hobby’, sino un dolor de carne con verdad. También como editora: pienso en ‘Rojo-Dolor. Antología de mujeres poetas en torno al dolor’, en Renacimiento, o ‘Vidas con Dolor’, en Antipersona, el año pasado, o en su beca de investigación Miguel Fernández de la Ciudad Autónoma de Melilla, también en 2021, por ‘Decir rojo cuando toca negro. El dolor en la poesía de Marta Agudo, Isabel Bono y Chantal Maillard’. Es una mujer valiente, porque no esconde su fragilidad.

Según la RAE, sedición es «Levantamiento de un grupo de personas contra un gobierno con el fin de derrocarlo». Ana Castro lleva ya dos libros, además de sus antologías y la vida en pie, levantándose ella sola contra el gobierno duro de su propio cuerpo para derrocarlo. No hay mayor sedición, revolución, insumisión, que la que Ana libra contra sí misma y a favor de sí misma. ‘La cierva implacable’ es un gran libro que aborda la ausencia de la maternidad, esa tiranía del dolor crónico o la cadena invisible de mujeres dentro de una familia, con su voz dolorida y al oído para sostener el recuerdo.

¿Todo puede ser poesía? De entrada, sí. ¿Todo lo es? Una vez hecha, no siempre ocurre. Lo que hace Ana es poesía real de sangre y venas ardientes con la visión del tiempo en carne viva. En esa sedición estoy con ella: la poesía derrocará al dolor, su poesía responde a su derecho a tocar la belleza.

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