Diario Córdoba

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Desiderio Vaquerizo

A PIE DE TIERRA

Desiderio Vaquerizo

El puerto fluvial de Córdoba (VI)

El puente actual es el resultado acumulativo de numerosos refuerzos y reparaciones

Es cierto que, tradicionalmente, las poblaciones ribereñas del Guadalquivir procuraron alejarse de su cauce por temor a los desbordamientos, pero con la implantación romana dejan poco a poco las alturas para instalarse junto a sus orillas, que controlarían mediante la construcción de diques de diversa morfología erigidos con cestones llenos de piedra, fragmentos de ánforas, madera, postes, estacas, etc. En el caso concreto de la ‘Corduba’ republicana las crecidas y sus perniciosos efectos no parecen haber sido el principal, o cuando menos único, argumento para distanciarla unos 300 metros de su margen derecha, puesto que la muralla misma podría haber ejercido de barrera, como luego lo haría en época imperial y posteriormente islámica. Que el viejo núcleo turdetano no ofreciera las condiciones topográficas adecuadas, se encontrara demasiado distante del vado más importante del río, o no fuera susceptible de ser ampliado hacia este debido a los numerosos cursos de agua que bajaban de la sierra, en el primero de los supuestos; o que la fundación republicana buscara las defensas naturales y la buena orografía de la colina que aún hoy acoge el centro de la ciudad moderna priorizando seguridad y criterio militar frente al control fluvial, en el segundo, son solo algunas de las posibles causas, no determinantes en cualquier caso por sí solas, dado el carácter práctico de los romanos. Conviene, pues, pensar también en otras razones, entre ellas, por ejemplo: la utilización de algunos de los arroyos que bajaban de la sierra como fosos defensivos y fuentes de abastecimiento; la posible disposición del ‘sepulcretum’ más representativo de la ciudad entre su puerta meridional y el río, considerando por tanto desde el inicio la ocupación extramuros como parte fundamental de la propia imagen urbana; la falta de infraestructuras ribereñas adecuadas, o quizá otras de carácter geomorfológico, relacionadas con el curso antiguo del Betis o la visibilidad. La meseta donde se construyó la nueva ciudad contaba con relieves de mayor altura que el viejo asentamiento turdetano y ofrecía un panorama más completo del valle y de la sierra. La estrategia, en tiempos de guerra, era importante, incluso vital.

En estos mismos años debió construirse el primer puente de obra --autores como P. Sillières o E. Melchor se decantan por la segunda mitad del siglo II a.C., en función de criterios estructurales y arquitectónicos--, el único de piedra hasta la desembocadura durante muchos siglos hasta que entre 1847 y 1852 se levanta en Sevilla el de Isabel II en sustitución del erigido por Yusuf I en 1171, posiblemente para no entorpecer la navegación dadas las características del cauce, su escaso caudal y el relativo desnivel (120 metros entre Córdoba y Sevilla) que acentúa la corriente. Ésta se remansa tras la desembocadura del Genil, lo que según G. Chic justifica que las ‘figlinae’ productoras de ánforas para el envasado del aceite se concentren sobre todo a partir de este punto, cuando el río ganaba en navegabilidad (también favorece la formación de meandros).

La existencia de ese primer puente queda probada sin reservas por el protagonismo que alcanza en la defensa de la ciudad durante las Guerras Civiles (‘Bell. Hisp’). V, 3-5), aun cuando desconocemos sus características morfológicas, que en ningún momento se especifican. Cabe dentro de lo posible que fuera de madera, pero el hecho de que el ‘Bellum Hispaniense’ destaque la provisionalidad del que tiende César un poco más abajo: una plataforma de madera anclada mediante odres llenos de piedras, parece abogar por una fábrica de mayor porte y perdurabilidad. Cuestión diferente es hablar de su monumentalización, que no llegaría hasta tiempos augusteos. No hay que olvidar que el puente actual es el resultado acumulativo de numerosos refuerzos y reparaciones, que básicamente remontan a época islámica, a los siglos XVI, XVII y XVIII, a la primera mitad del siglo XX, y a comienzos del siglo XXI.

Con el puerto republicano deben relacionarse los almacenes e infraestructuras industriales documentados arqueológicamente en la fachada sur de la ciudad, y quizás también los tambores de columna --labrados en caliza y con revestimiento de estuco-- reutilizados en la muralla de la refundación augustea a la altura de la Plaza de Maimónides, si es que pertenecieron a un templo ubicado extramuros y en las proximidades de aquél, como se constata en otras ciudades de la época (caso de Brescia, Ostia o la propia Roma). En tal caso habría sido destruido durante las Guerras Civiles, o bien para facilitar la ampliación de la ciudad hacia el sur. Esta hipótesis, de ser cierta, reforzaría el papel que el puerto fluvial debía desempeñar ya en la vida de la ciudad, tanto desde el punto de vista político como económico e incluso ideológico. En el único denario de plata acuñado por Cneo Pompeyo atribuido a ‘Corduba’, el general romano llega a ella en barco y es recibido por una divinidad armada, pero parece tratarse de Hispania; de ahí que los especialistas se resistan a identificar la escena con el ‘portus cordubensis’.

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