Diario Córdoba

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ENTRE LÍNEAS

Juan M. Niza *

Cuando comer es revolucionario

La pobreza está íntimamente relacionada con la mala alimentación y con la esperanza de vida

El mayor privilegio de ser periodista, sin duda, es tener la oportunidad de escuchar a gente que sabe de cosas que deben saberse. También es cierto que a veces (las menos) hay que aguantar declaraciones de gente que no tiene ni idea de lo que habla, que a fin de cuenta también se trata de un honor, aunque solo sea porque la idiotez es parte del ser humano y éste oficio, ante todo, es muy humano.

Pero, insisto, lo mejor es cuando te topas con gente que sabe de lo suyo y encima hacen que te cuestiones cosas. Una de esas veces ha sido la presentación en la Biblioteca Central, la pasada semana, del libro ‘¿Qué comen las que mal comen?’, de Isabel Álvarez Vispo, Mari Fidalgo, Ruth Herrero y Lucía Shaw, con la que se abría dos jornadas de reflexión sobre la soberanía alimentaria en Córdoba. Y eso que no se quedó corto el segundo día del programa, celebrado en el centro La Foggara, en Las Palmeras, unas magníficas instalaciones infrautilizadas y que podría poner en marcha una cocina comunitaria, y en donde se presentó el Plan de Acción por la Sostenibilidad del Sistema Alimentario, en el que participa la Federación de Asociaciones Vecinales Al-Zahara.

Pero volvamos a la presentación del libro. En el acto, Isabel Álvarez expuso cómo se investigó desde diferentes colectivos de barrios de varias ciudades cómo se alimenta una población que cada vez recorta más los gastos, comenzando siempre por la calidad de la comida, y al final dejando en lo mínimo el presupuesto para alimentarse, si es que hay para ello.

En un momento dado, incluso pude pensar que se exageraba al poner reparo al actual sistema que pueden ofrecer entidades como los bancos de alimentos u otras organizaciones solidarias, donde hay muy buena voluntad y sensibilidad, pero que cronifica e incluso aumenta la sensación de desamparo, impotencia y vergüenza (porque al pobre, encima, se le culpabiliza por su situación) que sufren los que no le quedan más remedio que recurrir a estas entidades para, simplemente, comer. «Lo perfecto es enemigo de lo bueno», pensé, y quizá es exagerado señalar los fallos de un sistema que es la única solución práctica para miles, cientos de miles, de familias en España. Pero no faltaba razón al argumento. Ni siquiera el nuevo sistema de entregar tarjetas para comprar libremente los productos en el supermercados evita la estigmatización, y pasar a pagar sigue siendo un martirio al quedar a merced del escrutinio de la cajera. «¿Qué pensará esta mujer al ver que he incluido en la compra un simple producto que es algo más caro?», se preguntan ahora los beneficiarios.

Y siguieron lloviendo argumentos y datos, más aún con las intervenciones de las médicas de atención primaria Vicky López y Elena Ruiz, explicando cómo la pobreza está íntimamente relacionada con la mala alimentación, con la esperanza de vida, con el estado anímico, con las enfermedades... Los números daban miedo.

Y una frase dio un vuelco a mis reflexiones cuando se dijo que el actual sistema busca tenernos malalimentados, con lo justo, para que sigamos trabajando y pagando.

Llegué a preguntarme, como muchísimos otros que se lo han cuestionado antes... ¿Y si nos estamos convirtiendo en ganado de carga, obligados también a pagar por un pienso de mala calidad? ¿Y si quizá ahora alimentarse bien, que no implica consumir cosas caras que te imponen por la publicidad y las circunstancias, es ya todo un acto revolucionario?

Lo dicho: una de esas veces en donde uno, además de escuchar, tiene la ocasión de hacerse muchas preguntas.

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