Diario Córdoba

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Joaquín Pérez Azaustre (Julio 2023)

Protege tu alegría

Cuídala como algo vivo, porque es parte de ti: también es tu sustancia

Protege tu alegría, no la dejes caer. Cuídala como algo vivo, porque es parte de ti: también es tu sustancia. Tienen mucho prestigio el dolor y la herida, la decepción y un cierto desencanto, como motivos y temas no solo literarios, sino del aire estanco de una conversación entre quienes se encuentran para hablar y terminan poniendo encima de la mesa todos esos golpes interiores que tienen en común. Incluso en la poesía: pienso en ‘Los desengaños’, de Antonio Lucas, y en el más reciente ‘Los daños’, de Lorenzo Oliván. Es escuchar al otro y tener preparada, casi burbujeante en la punta de la lengua, el comienzo de la siguiente frase, que es casi una consecuencia directa de todo lo que acabas de escuchar: Eso no es nada... ¡Si yo te contara! Te narran la agresión, o una situación adversa, con kilometraje de por medio, o con separación, o en ese abismo ciego de la enfermedad, y todas esas redes neuronales se activan al segundo para encontrar una equiparación dentro de tu propio campo de lesiones. Funcionamos así: en la asimilación por el contraste. Para poner en valor cualquier desgracia necesitamos compararla antes con una propia, colocar nuestro propio sufrimiento en ese espacio en blanco de la escucha, antes de resolver qué palabras de ánimo o pesar vamos a ir hilando; quizá porque las sintamos, o quizá también porque nos hubiese gustado escucharlas antes. Pero solo de la comparación surge una consciente medición de la existencia ajena, solo recordando nuestra propia penuria, en la escala que fuera, podemos acercarnos a entender las demás.

¿Nos sucede igual con la alegría? Pienso en sus antecedentes poéticos directos y recuerdo estos versos maravillosos de José Hierro: «Llegué por el dolor a la alegría./ Supe por el dolor que el alma existe./ Por el dolor, allá en mi reino triste,/ un misterioso sol amanecía». Pertenecen, cómo no, a su libro ‘Alegría’. De esos versos y también de ese título parte un título más reciente: ‘Alegría’, ese libro espléndido de Manuel Vilas que siguió al éxito de ‘Ordesa’. ¿Diferencias? Si ‘Ordesa’ viene a ser un libro -narrativa en este caso- en el que el peso referencial del escritor se sitúa más en los padres perdidos que en los hijos, en ‘Alegría’, en cambio, esa carga se invierte, y son los hijos los que alcanzan ese deslumbrante primer plano. Estamos ante un díptico que cumple con la cita de Hierro: llegar por el dolor a la alegría. Por eso ‘Alegría’ es más luminoso, más cromático, mucho más festivo que ‘Ordesa’, donde se mastica el sufrimiento, la orfandad, la pérdida. En este juego de espejos de estos libros, en su reflejo y en la conversación interna que mantienen, puede encontrarse el pulso más sincero de un hombre. Somos los dueños de todos nuestros éxitos, y también de cualquier cascada de derrotas: aprende, sí, a ser dueño de tu fracaso, porque eso significa que has luchado antes por volver a sacar la cabeza del agua y respirar.

Los libros y la vida: es lo mismo todo. Protege tu alegría, no la dejes caer. Hay una época, en la primera juventud, después de algún momento fulgurante, en que piensas que luego vendrán más, que se repetirán. Puede ser que sí, pero cada belleza, cada viaje, cada temblor es siempre irrepetible. Proteger tu alegría es también aprender a cuidar esos límites concretos, administrar bien el álbum de momentos vividos antes de que se cierre. Ya nada volverá, pero también podemos construir los nuevos escenarios en los que ser felices. No mucho, no estruendosamente, sin bombos y platillos ni fuegos de artificio, pero entendiendo que valen ese peso invisible de su fugacidad. Los padres y los hijos: la felicidad era esto, pero hay que sabérsela ganar. Me gusta pensar en la alegría como en alguien que está cerca de mí, que a veces me contesta los wasaps y a veces no, que pasa por mi lado sin tocarme o me deja entrar en ella con todo mi cuerpo, llenándola despacio.

Quiero tener cerca esa alegría, quiero percibirla en mi radar, quiero que no se vaya demasiado lejos, aunque algunas mañanas salga de mi cama con urgencia y no tengamos tiempo ni de desayunar. Sabe que todavía puede volver, que sigue habiendo espacio en mi casa y en mí, sabe que también la cuidaré y guardaré su ausencia con un cierto respeto, pero asumiendo todos los abismos que también son vivir. Hoy la tengo conmigo y la valoro, hoy la siento a mí lado y así nos sostenemos. No te des mucha prisa en despedirte, deja que el tiempo marque su límite interior. Antes o después se marchará, avanzaré solo y volveré a esperarla.

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