Diario Córdoba

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Francisco Gordón Suárez

AL CONTRAATAQUE

Francisco Gordón Suárez

Los ladrones somos gente honrada

Por el palco presidencial de Moncloa ya asoma el pañuelo naranja. Con permiso de la autoridad -y si el tiempo no lo impide- los condenados por el caso ERE van a ser indultados cual ‘Velador’ en Las Ventas. En las nueve décadas de historia de la plaza de Madrid, únicamente un toro ha sido merecedor del perdón; Pedro Sánchez, en cuatro años, va camino de doscientas indulgencias. Pareciera que no ha entendido que lo de perdonar hasta setenta veces siete es una metáfora.

Una vez agotados los jurídicos, un curioso argumento se está abriendo paso para justificar un latrocinio que supera los seiscientos cincuenta millones de euros, y que no es otro que la honradez de los autores de tan monumental fraude. Cuando menos, resulta paradójico que el mayor desfalco conocido de las arcas públicas se diga realizado desde la más absoluta honestidad de sus autores. De cuajar esta curiosa estrategia de defensa, muy pronto en nuestros tribunales la principal prueba de descargo será un certificado de buena conducta expedido por el párroco del lugar. Esta velada reinterpretación del Derecho Penal que pretenden imponernos corre el riesgo de dejar impunes los delitos de cuello blanco y a los ladrones con guantes de idéntico color, y es que para algunos solo Paco ‘El Ganzúa’ y Manolo ‘El Butronero’ son merecedores de dar con sus maltrechos huesos en la cárcel. La pena no es exclusivamente el sentimiento que nos embarga cuando oímos hablar a la ministra de Igualdad, sino que también es el necesario castigo impuesto a quienes delinquen. Pese al buenismo imperante en nuestra sociedad, el cumplimiento efectivo de las condenas tiene, entre otras consecuencias, un indudable efecto disuasorio, de ahí que convenga que el correctivo a los delincuentes sea algo más que castigarlos cara a la pared con los brazos en cruz. En esto del perdón, como en tantas cosas, la doctrina de la Iglesia resulta imbatible, al exigir para la absolución dolor de los pecados, propósito de la enmienda y... cumplir la penitencia.

Es cierto que la magnanimidad que demuestra con la familia el presidente del Gobierno invita a la esperanza de aquellos cuya bonhomía e intachable conducta los ha llevado a distraer centenares de millones de euros. La clemencia sanchista ya ha alcanzado a golpistas catalanes o una mediática «secuestra niños», y de seguir así en la próxima Semana Santa la malagueña cofradía de El Rico solo podrá ser noticia por liberar a una golondrina. Ahora que el presidente está rodando su hagiografía, uno se lo imagina disfrazado de Pilatos preguntando a sus ministros: « ¿A quién queréis que suelte: a Griñán o a Barrabás?». Habrá quien diga que la vetusta Ley de Gracia y Justicia -en este caso mucho de lo primero y poco de lo segundo- ampara la misericordia presidencial, pero de continuar así la profesión de juez tendrá el mismo futuro que la de dependiente de videoclub. Antes de acabar la legislatura, el viejo aforismo «odia el delito y compadece al delincuente» será actualizado por otro con mejor métrica: «Ni odio ni compasión; al delincuente cien años de perdón».

Contaba el gran Jardiel Poncela en el prólogo de la obra cuyo título he tomado prestado que hasta el último momento pensó en titularla «Los encantos de la delincuencia». Seguro que a muchos también les hubiera valido.

*Abogado

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