Diario Córdoba

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Juan Andrés Molinero

TRIBUNA LIBRE

Juan Andrés Molinero

La voz del silencio. Quintero

Por sus silencios han pasado miles de protagonistas, de todo género y condición

Entre tanto ruido y disonancias de nuestro tiempo, no es fácil escuchar el silencio. Jesús Quintero representa más que nadie, en el mundo de la comunicación de las últimas décadas, la voz autorizada del saber escuchar; más aún, del saber preguntar. Nos ha dejado un periodista de raza, de identidad indiscutible, singular y de marcadas líneas de oficio. Un entrevistador de esos que dejan huella y realmente no se van, porque es tan grande su patina que dibuja un estela muy gruesa en una senda extraordinariamente monótona. Basta con recordar sus grandes firmas de oficio (‘El Loco de la colina’; ‘El Perro Verde’; ‘Los ratones coloraos’...) para definir su personalidad creativa, intereses y cauces expansivos. Durante décadas ha ejercido, con provecta capacidad, una actividad comunicativa de líneas nítidas y contundentes. Nadie olvida sus entrevistas porque definen ante todo una manera de ser, una forma de entender el mundo, una óptica extraordinariamente atinada de la realidad. Por sus silencios han pasado miles de protagonistas, de todo género y condición, con escrutadora mirada, escucha callada y silenciosa. Quintero sienta cátedra en saber callar, en obligar a decir, en la creación de un espacio de silencio en el que los entrevistados vierten verdades a raudales. A menudo nos fatigan los entrevistadores de prolijas cuestiones, minuciosas y enrevesadas preguntas que lo dicen todo y no dejan nada al entrevistado, más allá de la confirmación o la manida repetición de una pregunta que realmente nos inquiere ni requiere nada. Quintero era todo lo contrario. No dice nada, lo insinúa todo, y todo lo encamina sin ningún tipo de voces más allá del silencio... para que se responda o calle, diga, piense, medite o dude ante el espectador. Crear escuela de comunicación no es fácil. Parece que todo está dicho, que todo se sabe y se aprende. No es cierto. Personas como Jesús pusieron sobre el tapete formas chirriantes de extraer verdades callando, mirando, aguantando..., sin tensionarse. Se trata de un icono de la comunicación que utiliza recursos personales de alto standing, porque no todo el mundo tiene una personalidad tan abrumadora, un saber estar que tranquiliza, una quietud que apacigua y no exige respuesta, sino que de forma sincera y espontánea se le ofrece como gordos de lotería. Quintero ha escrutado en lo más hondo a las personalidades más relevantes de nuestra sociedad, de políticos de altura a tradicionalistas de alcurnia; famosos de pacotilla y deslumbrantes genios del bello cante; intelectuales de altura, titiriteros de la farándula y bufones de su era. Todos, absolutamente todos han quedado retratados con un trépano envidiable; con no poca contundencia podemos decir que nos ha dejado un legado biográfico estridente de las voces más álgidas de su tiempo...; nos ha dejado el silencio que más dice de todos ellos, donde brotan las verdades como si se las preguntaran para descarnar sus entrañas...; con el simple método bien aplicado del silencio. Quintero definió una forma de hacer y estar en la vida. Todos lo conocemos. El silencio es también para él la fotografía más ávida de la vida, de su vida. Sus disertaciones iniciales (brillantes, desvariadas, improvisadas, meditadas...), previas a las entrevistas, eran una anchurosa mirada de un hombre especial. Desde su palestra comunicativa miraba junto a los otros la escena del mundo (preguntando y callando...), esperando saber lo que nadie sabe, lo que nadie dice, lo que todos callan. Jesús apostó fuerte no solamente por el ringo-rango de los más aplaudidos, sino por los desahuciados de la calle, de la sociedad, de lo políticamente correcto. Siempre en la cara obscura de la luna. Igual de valor tienen para él los sesudos intelectuales que los tontos de pueblo (con perdón) a los que siempre da cancha en sus entrevistas (con gratitud inmensa). Ejemplos sobrados tenemos en su panoplia de entrevistas en las que habla, quizás, con más seriedad con los que tienen algo que decir, y esos no son los famosos, acaudalados, políticos o intelectuales: son los ratones coloraos, los raros, los olvidados; aquellos que la sociedad margina e indignifica por ser distintos, por estar fuera de la norma. Quintero ahondó profundo en el alma humana sin distinción. Marcó un tiempo y una forma; definió una manera de ser y tuvo una personalidad de esas que dejan huella. El se proclamaba simplemente loco, o casi loco. No todos tenemos la suerte ni la valentía de ser locos, porque es muy difícil querer salir del rail de los cuerdos. Todo un tipo. Genio y figura.

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