Diario Córdoba

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Marisol Salcedo

ESCENARIO

Marisol Salcedo

Jaculatorias

Hace unos días, en uno de los roscos del concurso de Antena 3 ‘Pasapalabra’, salió la palabra jaculatoria, definida como oración breve y fervorosa, que desencadenó en mi memoria una avalancha de recuerdos familiares. Mi abuela Lola y mi tía abuela Paca, tenían una que, a manera de comodín, recitaban junto a las oraciones de la mañana y de la noche y en cualquier circunstancia en la que necesitaran recurrir al auxilio divino: «Sagrado corazón de Jesús, en vos confío». Cuando rezaban el rosario usaban una más específica, «María, madre de gracia, madre de misericordia, en la vida y en la muerte ampáranos, Señora». En las tormentas acudían a santa Bárbara: «Santa Bárbara bendita,/que en el cielo estás escrita/con papel y agua bendita./A los pies de la Cruz,/Padre nuestro. Amén. Jesús».

Cuando había tormenta mi madre, además de la jaculatoria de santa Bárbara, decía la de san Bartolomé: «San Bartolomé se levantó,/pies y manos se lavó/y al Señor se encomendó./¿Dónde vas Bartolomé?/Señor, con vos iré,/a los cielos subiré/y a los ángeles veré./En la casa donde fueras nombrado/no caerá centella ni rayo/ni mujer morirá de parto/ni hombre sin confesión». A continuación se rezaba un padre nuestro. En una ocasión, hablando del tema, recité esta jaculatoria ante mi querida profesora y amiga María José Porro Herrera, que me aconsejó escribirla para que no se perdiese en el olvido. Así lo estoy haciendo, pero debo añadir que ésta es una de las muchas variantes que de ella existen. De pequeña me impresionaba mucho oírla; pienso ahora que con mucha razón, puesto que siempre estaba acompañada de ruidos atronadores, intensos chispazos y vivos resplandores que iluminaban el cielo.

Ahora que las noticias acerca de nuestras reservas hídricas son sobrecogedoras y alarmantes, que en los pantanos, tras muchos años sumergidos, asoman tristes y fantasmales los campanarios de las iglesias y que las lluvias, tantas veces anunciadas, pasan por Córdoba con la misma rapidez que Mister Marshall por Villar del Río, sin dejar caer ni una mísera gota, necesitaríamos jaculatorias que atrajeran el agua en vez de ahuyentarla. Claro que para eso ya están inventadas las rogativas, sólo que éstas son oraciones públicas. Mientras tanto, en privado, podríamos entonar la canción infantil: «Que llueva, que llueva/la Virgen de la cueva,/los pajaritos cantan,/las nubes se levantan./Que sí. Que no./Que caiga un chaparrón...».

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