Diario Córdoba

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Isabel Agüera

MIRAR Y VER

Isabel Agüera

Pequeños dardos

Si decimos a los adultos: «He visto una bella casa de ladrillos rosa con geranios en las ventanas y palomas en el techo», ellos no logran imaginarse dicha casa. Hay que decirles: «He visto una casa de cien mil francos», y solo así exclaman: «¡qué hermosa casa!» Él no era ni refinado, ni intelectual, ni poderoso. Él era un trabajador de la construcción, un hombre sencillo que, tras mi larga e intrincada carrera de obstáculos -cortes de carreteras, despistes, calor abrasador-, me esperaba pacientemente, arriba, en la Sierra, con la sonrisa a flor de gesto, con una mirada penetrante y serena: «No pasa nada, señora. Tranquila. Ya está aquí, ¿no?» Del ‘Principito’, sí, del único libro que siento envidia de no ser autora, me acordé, porque, aquel hombre, sin mediar palabras, se apresuró a obsequiarme un ramo de rosas, pero, con todo esmero, las despojó, previamente, de sus pequeñas espinas. «Cójalas sin miedo; ya no pinchan.» Yo tampoco sé para qué sirven las espinas. No obstante ¡qué dados somos a regalar rosas con diminutos aguijones! «¡qué bien te sienta!, pero...» «¡qué bien lo has hecho!, pero...» «¡enhorabuena!, pero...» Constantemente, aquí y allá, vamos lacerando, con nuestro maniático apostillar, todo lo laudable que de alguna manera roce nuestro particular estadio de competencias. ¡Qué placer abrazar un ramo de rosas sin espinas! Yo también quiero un cordero, y río y lloro, aunque haya gente que no entienda ni crea que existo. Él, hombre de manos grandes, hechas a trabajos duros, me dio la lección: lo que importa es el timbre de su voz, sus juegos preferidos, su colección de mariposas...

** Maestra y escritora

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