Diario Córdoba

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Antonio Gil

PARA TÍ, PARA MÍ

Antonio Gil

«Dejad pasar al santo», decían al padre Cristóbal

Hoy se celebra el día del beato padre Cristóbal de Santa Catalina, fundador de las Hermanas Hospitalarias de Jesús Nazareno

Este domingo, 24 de julio, la Iglesia celebra la II Jornada Mundial de los Abuelos y de los Mayores, instituida por el papa Francisco, que en Córdoba tiene una resonancia especial, porque hoy se celebra también el día del beato padre Cristóbal de Santa Catalina, fundador de las Hermanas Hospitalarias de Jesús Nazareno, Franciscanas, que ofrecen, tanto en Córdoba, en sus pueblos, como en otros lugares de España, sus residencias para mayores. En el año 1990, tuve el honor de publicar un libro dedicado al padre Cristóbal, que llevaba por título Luces en las manos (Publicaciones Claretianas), en el que narraba sus primeros pasos en la serranía cordobesa: «Corría el año 1668, cuando el sacerdote emeritense llega a un descampado en plena Sierra Morena, con su conciencia a cuestas como espléndido equipaje para su reconciliación, tras vivir una aventura peligrosísima. Despojado, penitente, demacrado, más desnudo que vestido, llega hasta el desierto del Bañuelo, en Córdoba, donde se somete a la obediencia del ermitaño que le acoge, diciéndole con toda humildad: «Soy un pecador que viene buscando quien le enseñe a encontrar a Dios por el camino de la penitencia. Si quieres ser mi maestro, te seré obediente». Breve diálogo, actitud penitente y austera, entrega máxima.

Así, el padre Cristóbal se convierte en ermitaño, en absoluta pobreza, en gozosa soledad, humilde y desprendido de todo, sólo en Dios. Llegan a definirle primorosamente, escuetamente, con estas palabras: «El pasmo de penitencia del desierto». Corre el tiempo, y en 1670, un grupo de ermitaños quiere seguir sus pasos y quiere tomarle como guía y como maestro. Con ellos, junto a ellos, forma la Congregación de Ermitaños de san Francisco y san Diego, en el lugar de Sandua, en medio de una soledad inmensa, sonora, abierta al cielo, trabajando la tierra, ocupando el tiempo en la contemplación, en la recogida de leña que, luego, cuando baja a la ciudad, va dejando en las puertas de los pobres. Poco después, en el año 1673, el Espíritu Santo que le ha formado en la soledad sonora del desierto, el padre Cristóbal comienza a conocer la realidad social de una Córdoba con estremecedores paisajes de pobreza, de muchas mujeres ancianas enfermas, solas, abandonadas, comidas por su propia miseria. Y en un nuevo golpe de gracia, plantea su vida con mayor exigencia y entrega, proclamando como lema en su corazón: «No vivir para si mismo sino para la pública utilidad». Deja el desierto, aquel paisaje agreste y silencioso, la sierra cordobesa, empapada de sus rezos y austeridades, y baja a la ciudad, dispuesto al quehacer generoso de servir a los demás, aliviando sus penas, curando sus enfermedades, atendiendo sus peticiones. Hasta que el día 11 de febrero de 1673, el padre Cristóbal da comienzo a la obra y fundación de la Hospitalidad de Jesús Nazareno, impulsado por el Espíritu, sobre los cimientos más potentes y poderosos de la Providencia de Dios, Padre de todos, en la que ha depositado su confianza y su fe. Y surge así el eslogan crujiente que brilla como saludo entrañable en cada Casa de las Hermanas Hospitalarias de Jesús Nazareno: «Mi Providencia y tu fe tendrán esta Casa en pie».

El propio Cristo le transmitió al padre Cristóbal de Santa Catalina, en su vida contemplativa, estas palabras de amor y de confianza como nueva actitud para su colosal apostolado con los más pobres y desvalidos. Poco a poco, Córdoba va quedando electrizada por su ardor y por su obra de hospitalidad, llevada a cabo con tanto celo como ilusión, aunque sin apenas medios humanos, sin recursos materiales. Hoy se celebra la fiesta de este hombre que realizó su conversión y recorrió los caminos de su santidad, en Córdoba, y cuya beatificación fue la primera que se celebraba en la Catedral cordobesa, en aquella mañana radiante del domingo de la Divina Misericordia del año 2013, presidida por el cardenal Angelo Amato, en representación del papa Francisco. En palabras del obispo de Córdoba, monseñor Demetrio Fernández, «el amor de Dios fue el faro que orientó su peregrinación por esta tierra, infundiéndole una gran paz interior, que nadie logró turbar». Como dice la letra de su himno: «Fiel girasol florecido / en emeritense suelo, / y al desierto del Bañuelo / por viva llama atraído. / Pues las cumbres, decidido, / escalas desde el pecado, / ves a Jesús Nazareno, / Cristóbal, glorificado».

* Sacerdote y periodista

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