Diario Córdoba

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Joaquín Pérez Azaustre (Julio 2023)

La mirada de Ray

Ray Liotta ha sido un gran actor, pero no ha necesitado hacer grandes películas

Pienso en la mirada real de Ray Liotta. En esos claroscuros que acompañan su paseo por ‘Uno de los nuestros’. Porque Ray Liotta no actúa, sino que se pasea. El aura va con él. Tiene esa neblina líquida en los ojos, tiene ese anhelo en marcha que va a ninguna parte sin poder encontrarse. Ray Liotta ha sido un gran actor, pero no ha necesitado hacer grandes películas. O ha necesitado solo una, ‘GoodFellas’ --en España, ‘Uno de los nuestros’-- con un director como Scorsese. No interpreta, sino que permanece. Su presencia produce esa imantación: tienes ahí a este hombre joven y guapo, carismático, tienes una mirada que en algunos momentos parece atravesada por el brillo diamantino de Paul Newman. Sin embargo, a poco que lo observas, no es así: si te fijas en Paul, hay descreimiento --era demasiado inteligente como para no sentirlo, en una cierta dosis; aunque cuando Joanne Woodward lo conoció, en los ensayos de Picnic, para Broadway, pensó que era un chico guapo, pero simple--, pero también hay en él una sólida confianza en la vida. Ves a Paul Newman y más allá de su encanto personal, y también más allá de su belleza, hay un tipo que parece un tronco bien afianzado en la tierra. Un tronco de junco, pero un tronco. Aquel tipo había venido a la vida para llevársela por delante, precisamente porque la vida le había enseñado a confiar en ella. Hay, insisto, un breve parpadeo de Paul Newman en la mirada azul de Ray Liotta. Sin embargo, solo es un espejismo: mientras Paul conquista con la seguridad de quien se siente el dueño de su propio universo, Ray está mirando alrededor, en búsqueda de algo. Ray está esperando, aunque no sabe qué. Y así se ha ido muriendo lentamente, mientras seguía haciendo sus películas más o menos prescindibles, hasta que ha dejado de respirar mientras dormía en un hotel de la República Dominicana.

Estos días que ha muerto Ouka Leele, una de las fotógrafas de la Movida, he vuelto a pensar en la mirada. Lo que nos está diciendo sin decirnos, y lo que nos ofrece. Puede haber una diferencia entre la expectativa y el deseo, que no siempre coinciden. La mirada de Ouka Leele en sus fotografías era una intervención en lo real. No estaba buscando, sino creando. Era dueña absoluta del detalle y no rehuía los ritmos cromáticos de una narración. A diferencia de otros fotógrafos de los 80, la realidad era en ella una sustancia nueva y maleable. No había esa gravedad dramática en el pacto visual con lo inmediato, como espasmo de época, de Alberto García-Álix, sino la sensación de que en el fondo aún podemos jugar. En García-Álix y en Pablo Pérez-Mínguez --de maneras distintas-- hay cierta tendencia a nombrar y acotar. A categorizar: hiperrealismo o psicodelia cañí. Esto no es un pódium, son tres grandes artistas; pero en sus diferencias encontramos costuras de miradas diversas. Ouka Leele, en cambio, en ese colorismo sobre el rostro, en todas las texturas del matiz, esas tonalidades, esos gestos, sus autorretratos sin retrato, además de mensajes subliminares --o preliminares--, nos está susurrando: no pongamos nombre a cada instante. Vamos a divertirnos, vamos a intentar colorearnos con el tiempo en las manos.

Estoy tratando de imaginar qué retrato habría hecho Ouka Leele a Ray Liotta, el hombre que se acechó en cada parpadeo de su existencia. Vivió en un orfanato hasta los seis meses porque sus padres naturales lo habían abandonado. Cómo se deja un hijo así, cómo buscó luego Ray Liotta a su madre biológica --la verdadera fue quien lo crio--, hasta que un detective privado la encontró en el 2000. Había nacido en 1954 en New Jersey. Sus padres fueron el matrimonio Liotta, pero siempre anheló encontrar a su familia natural. Yo creo que todo eso estaba justo ahí, bailando en sus ojos. Como en la película ‘Copland’, donde interpreta a un policía corrupto arrepentido que vive, en una urbanización precisamente en New Jersey, entre otros policías también corruptos y sus familias; que no solo no se arrepienten, sino que le harán pagar caro haber recuperado su conciencia.

La foto de Ouka Leele a Ray Liotta habría tenido un calor sonoro, tonos amarillos estridentes con un fondo rosado de flamencos en un jardín de Miami, con camisa italiana y cuello alto. Podría haber posado encima de una barra americana, con luces de neón, descorchando botellas de champán, y habría dado lo mismo. En cualquier escenario, su mirada seguiría manteniendo esa tristeza interior de búsqueda en el aire, porque somos esencialmente una manera de colocar los ojos en la vida.

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