Opinión | CIELO ABIERTO

Matar a periodistas

«Estamos ya hechos a lo terrible, pero aún podemos preguntarnos sobre sus razones»

La normalidad de la estupefacción con la que estamos asistiendo a todo esto también dice mucho de nosotros. Quizá no tanto sobre la escala moral a la que nos hemos amoldado como colectivo, como masa conjunta con unas tendencias exteriores más o menos comunes, sino de nuestro estado anímico. O de ambas cosas. Porque seguramente ya resulta imposible disociar cierto egoísmo sociológico de la paliza mental que hemos padecido en los últimos años, además de las propias cargas añadidas que cada uno bascula dentro de su vida. Pero asesinan a una periodista crítica con Putin de un bombazo, con precisión quirúrgica, disparando un misil sobre su coche junto a un centro comercial que estaba siendo bombardeado, y lo asumimos con más resignación comunal que asombro: como si no pudiéramos esperar otra cosa distinta de una realidad que no devora, sino que nos arrasa, porque el mundo ya sólo podemos concebirlo como una sucesión catastrofista.

Hablo de Oksana Baulina, una de las pocas periodistas rusas que estaba autorizada para cubrir la guerra desde el lado ucraniano. Antes había sido productora en la Fundación Anticorrupción, del opositor ruso Alexei Navalni. Trabajó con él hasta que Nalvani fue encarcelado y envenenado, parece ser -siempre el «parece ser» que se convierte, a fuerza de acumulación de historias o de crímenes iguales, en mucho más que una prueba de indicios- por el régimen de Putin. Cuando la fundación fue clasificada como «extremista», Oksana Baulina se vio obligada a salir de Rusia; pero no dejó de investigar y de informar sobre las tramas corruptas del Gobierno ruso, ahora desde The Insider. Durante las últimas semanas, desde que comenzó la guerra, acumulaba pruebas sobre las pautas de salvajismo del ejército ruso contra la población civil ucraniana, más como un patrón de conducta que como esos casos inevitables de abusos sobre los ciudadanos que conlleva toda invasión. Pero ya no podrá continuar, porque una bomba la ha reventado, dentro de su coche, con escalofriante puntería. Se habla de un misil con la localización de su teléfono. Estamos ya en eso, en la pérdida de privacidad desde tu libertad de movimiento; pero ahora mismo, en Rusia o en Ucrania, como en cualquier lugar del mundo, esa localización de tu teléfono puede costar la vida a cualquier periodista que resulte molesta. No es la primera en caer dentro de la esfera de intereses de Putin ni, por desgracia, parece que pueda ser la última.

Alguien tiene que ocuparse de contar estas cosas, igual que Oksana Baulina se estaba preocupando de contarnos esas atrocidades sobre la población civil. Pero cuando hablo de contar, lo hago en el sentido numérico: nada menos que 59 periodistas han sido asesinados en Rusia, entre circunstancias poco claras, desde 1992. Lo sabemos gracias al Comité para la Protección de Periodistas, con sede en Nueva York. Hay factores comunes entre todos ellos, como el desinterés institucional en investigar sus asesinatos, pero hay uno que destaca sobre todos los demás, que es una diana sobre la frente en Rusia: haber sido crítico, de alguna manera, con el régimen del Kremlin. Apenas recordamos el caso de Maxime Borodin, que en 2018 cayó accidentalmente desde la terraza de su piso, en Sverdlovsk, tras publicar un reportaje sobre la participación de mercenarios rusos en Siria. Esto es lo que comunicó la fiscalía rusa: «No hay razón para abrir un caso criminal, hay varias versiones bajo consideración, incluido el accidente, pero no hay señales de que se haya cometido un delito». Pero Vyacheslav Bashkov, un activista de Sverdlovsk, ha contado que Borodin había llamado a su abogado, asustado al descubrir por la ventana, ante su edificio, unos hombres armados. Seguramente supo que iban a su apartamento.

En 2006 nos sobrecogió el asesinato de Anna Politkovskaya, tiroteada en el portal de su casa después de haber publicado en Novaya Gazeta varias informaciones sobre las atrocidades del ejército ruso sobre la población chechena. Era otra guerra, y los asesinatos de periodistas son los mismos desde que Putin alcanzó el poder para redimirse de su naturaleza de funcionario gris del KGB. Otro mediocre, como Hitler, crecido con el cargo. Sin embargo, ese asesinato de Anna Politkovskaya generó en 2006 una indignación internacional que ahora sólo la suscita, en ciertas gentes, todo revisionismo identitario. Hoy estamos ya hechos a lo terrible y asumimos esto; pero aún podemos fijarnos, por aquí, en quiénes lo silencian, y preguntarnos sobre sus razones.

* Escritor

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