Contar y recontar a la desesperada cuántos apoyos le quedan para tratar de enrocarse en la presidencia del PP no le ha servido de mucho a Pablo Casado, al que a la vista de cómo le van saliendo las cuentas solo parecen quedarle dos salidas: o dimite, y, de momento, se resiste a hacerlo, o pacta con los barones la fecha de un congreso extraordinario para pasarle el testigo a Alberto Núñez Feijóo, lo que viene a ser lo mismo. La cosa está en este momento en que o él cede o serán esos mismos barones los que provoquen esa convocatoria en la Junta Directiva Nacional. Más ahora que el líder gallego se muestra dispuesto a lanzarse al liderazgo español, una vez garantizado que nadie le disputará el cargo en unas elecciones primarias y habiendo alcanzado con Isabel Díaz Ayuso un pacto de no agresión. Sea cual fuere la decisión final, Casado estaría viviendo sus últimos días en el cargo. Una situación de la que nadie más que él y su nula capacidad para la estrategia son responsables.

La situación del PP se volvió insostenible y sin previsibles salidas pactadas desde el mismo momento en que la presidenta de Madrid y él mismo, primero por mediación de su número dos, Teodoro García Egea, y luego de su propia boca, guionizaran una novela de espías y corrupciones y se arrojaran bombas informativas de efectos destructivos y difícilmente remediables. Los efectos colaterales se sintieron de inmediato. Primero, entre los propios dirigentes y militantes, que observaban atónitos esa guerra sin cuartel, que se sabía soterrada, pero que se detonó de manera abrupta. Después, en sus votantes, que huyen en masa a refugiarse en las papeletas de Vox. Es evidente que Casado calculó mal. Igual que hiciera al promover la fallida convocatoria electoral de Castilla y León, se equivocó al minusvalorar la capacidad de resistencia de la lideresa madrileña, que, como se ha comprobado, se había lanzado a un duelo a vida o muerte. Ella había salido dispuesta a matar, no a rendirse.

Sin embargo, Casado, después de decir en la COPE que su labor es evitar que haya corrupción en las comunidades gobernadas por el PP, dando a entender que sí la hay en la de Madrid, y de añadir que es “poco ejemplar” que el hermano de Ayuso cobrara comisiones por la compra de mascarillas en China mientras “morían 700 personas al día”, reculó, sin más explicación y retiró el expediente abierto a la presidenta de Madrid en un intento de armisticio que ella no aceptó y que nadie comprendió. Después de entablar una guerra atómica es difícil de entender una rendición de parte y sin contrapartidas. Una muestra de su mala estrategia. Una manera tonta de perder. Porque para entonces —solo habían pasado dos días desde que se retransmitió en directo el inicio de esa guerra fratricida— el PP ya estaba hecho unos zorros, desequilibrado, desnortado y perdiendo votos a puñados, y el propio Casado con el liderazgo hecho jirones y tan debilitado que hasta se atrevieron a convocarle una manifestación a las puertas de la sede de la calle de Génova para pedir su dimisión.

El hecho, además, de que la rendición supusiera una especie de borrón y cuenta nueva de la supuesta corrupción de la Comunidad de Madrid —en Génova insisten en que es solo cuestión de tiempo que aparezcan más chanchullos— no contribuye a mejorar su imagen de súper líder anticorrupción sino todo lo contrario. Si cuando supo de los cobros del hermano de Ayuso no lo llevó a la fiscalía y prefirió guardárselo para la coacción interna, dar por zanjado sin más lo sucedido pone en entredicho su voluntad de acabar con esas prácticas. No es menos grave que el resto de los barones, que no quieren vérselas con Ayuso, hagan también la vista gorda a cualquier posible irregularidad.

Aunque no es imposible que en los próximos días se produzcan nuevas escaramuzas en la batalla interna, el tiempo de Casado parece haber concluido. Su liderazgo nunca fue muy fuerte, pero ahora es simplemente inexistente. Núñez Feijóo ha sido desde siempre la esperanza blanca. Si su opción se consolida, tendrá que hacer frente a un gran reto: reconstruir el partido, recuperar la unidad y, sobre todo, cortar la sangría de votos hacia la extrema derecha.

*Periodista