Los seres humanos estamos sometidos a toda clase de clasificaciones; algunas de ellas pueden ser objeto de discriminación, como la Constitución, en su artículo 14, señala explícitamente -nacimiento, raza, sexo, religión- y, sin especificar, las que se relacionan con opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social. Efectivamente, es fácil, sin meternos en honduras, que surjan incontables relaciones binarias; a modo de ejemplo: guapos y feos, altos y bajos, simpáticos y antipáticos, alegres y tristes, hábiles y torpes, trabajadores y perezosos... Pero hoy me interesa especialmente la que nos divide en trasnochadores y madrugadores, búhos y jilgueros, como una vez oí o leí.

Atendiendo a esa clasificación, desde luego, soy jilguero. Desarrollo la máxima actividad en las primeras horas de la mañana; por la noche, si estoy en casa, empiezo a dar cabezadas a partir de las diez. Claro que en mi época de estudiante pasé por la etapa de estudiar de noche, sobre todo, cuando tocaban exámenes. Mi amiga Mari Paz y yo estudiábamos juntas en casa y esperábamos a que el resto de la familia se acostase para instalarnos cómodamente en la mesa camilla de la sala de estar, más grande que la que había en mi cuarto y nos permitía desplegar toda la parafernalia de libros, cuadernos y apuntes. Mi madre, buena cuidadora, nos dejaba una bandeja de batatas en almíbar -pesábamos 46 kilos- con canela y clavos de olor, por si en la madrugada desfallecíamos y necesitábamos recuperarnos.

Antes de abrir el libro, Mari Paz, golosa, decía: «Vamos a comernos las batatas, dejamos de pensar en ellas y nos quedamos tranquila». Así que ¡cómo íbamos a desfallecer, si lo primero que hacíamos era comernos las batatas! Ya pasada la medianoche, tranquilísimas, nos poníamos a estudiar. Mari Paz lo llevaba mejor, pero para mí la lucha contra el sueño constituía un auténtico suplicio. Lo mío es madrugar y a lo largo de mi vida he madrugado mucho; y no me refiero a levantarme a las siete de la mañana, para lo que nunca he necesitado despertador, sino a saltar -es la única manera- de la cama a las cuatro y media o las cinco. Lo he hecho y lo sigo haciendo para escribir. Y si algún día me siento sola, no tengo más que asomarme a la calle y comprobar que hay luz en un par de ventanas vecinas. ¿Búhos o jilgueros? A esas horas, vete a saber.

* Escritora. Académica