Raphael es ese hombre que sigue siendo aquél. Quizá no sea la forma más creativa de arrancar, pero sí es contundente y verdadera como Raphael lo sigue siendo o como lo descubrimos. No es que el tiempo no pase por él, sino que es su aliado incombustible para saber sacarle la estación más acorde con su peso del alma. Raphael, quizá no lo sabíamos, late y se demora aún entre nosotros, es una sustancia emocional que puede desgranarse en la memoria de unos cuántos momentos en que fuimos felices. Precisamente una de las ideas más repetidas en el extraordinario documental ‘Raphaelismo’ es que la mayoría de nosotros, si nos paramos a pensarlo detenidamente, recordamos o hasta sabemos de memoria más canciones de Raphael de las que podríamos haber imaginado si alguien nos hubiera preguntado antes. A veces no son las letras enteras, sino estribillos o comienzos de canciones. Pienso en «Estuve enamorado de ti. Pero ya no siento nada, ni me inquieta tu mirada, como ayer», que más que un lamento o una elegía por la pérdida del amor es una celebración total de la vida, de lo hermoso que es haber sentido, haber tenido esa plenitud latiendo entre los dedos antes de salir volando hacia el pasado. Pienso, por ejemplo, en ‘Mi gran noche’ , y me digo a mí mismo que guardo todavía algunas grandes noches dentro de mi retina, en el tacto al acecho que a veces nos despierta en mitad del descanso con fuegos de artificio que también iluminan nuevos sueños. Qué sabe nadie de lo que podemos sentir, en realidad, cada uno de nosotros. De nuestro tratamiento del dolor y el amor. De todo ese arco invisible de perdón que podemos tensar desde el silencio o de la protección de algún recuerdo. Quiere uno decir que Raphael, como se dice en esta joya de documental, ha estado más presente en nuestras vidas de lo que podíamos creer, porque ha sido un hombre que ha saltado entre edades, a través de tendencias y de éxitos diversos, con luces y caídas desde sus precipicios, para hacer una edad de Raphaelismo.

Este documental es una maravilla: si no lo has visto, de verdad, ya estás tardando. Porque estamos asistiendo no solamente al nacimiento, al auge y la caída, con redención interna existencial tras un grave problema de salud, y a esa plenitud solar del gran presente al que asistimos, del artista conocido como Raphael, sino a la intimidad de un hombre que se mira como un Jekyll y Hyde que se enfrenta al espejo con resplandor cobrizo de sí mismo. Pero si uno descubre que los directores son Charlie Arnaiz y Alberto Ortega, de Dadá Films & Entertainment, todo empieza a explicarse: fueron los creadores de ‘Anatomía de un Dandy’, aquel documental de 2020 que nos mostró a un Umbral tan fieramente humano, tras la muerte del hijo, como depredador mortal y rosa de todos sus demonios en esa larga noche que es escribir sin límites. Al terminarlo volvías a sus libros, releías, buscabas otros nuevos. Pues algo así sucede con Raphael ahora: ves el documental y ahora necesitas escucharlo otra vez, mil veces, para que su gran noche te ilumine en la turbia tiniebla de vivir. Alguien que ha creído sobre todo en sí mismo, en su imagen forjada desde la intemperie juvenil de sus pandillas en Cuatro Caminos, hasta que se enfrentó a un trasplante de hígado en que empeñó el futuro. Un hombre amado así, por una mujer como Natalia Figueroa y rodeado de unos hijos como los suyos, que son ahora el apoyo pretoriano que todo hombre requiere para seguir viviendo, ha debido tomar buenas decisiones en cada punto de giro, en cada encrucijada de guion que escribimos con un mucho de esfuerzo y un punto de fortuna. También para acompañarse de grandes letristas como Manuel Alejandro -todas sus apariciones son sentidas, con dos amigos o hermanos que siempre se han querido y respetado- y José Luis Perales. Es emocionante cuando habla de su padre, cuando habla de su madre, cuándo ves a sus hijos y a su mujer con él. De nuevo, la forma de quererlo y respetarlo. Ahí es cuando sabes que el verdadero éxito consiste en tener esos vídeos familiares que te han visto crecer con los que quieres.

En el documental aparecen sus gentes cercanas, como Ángel Antonio Herrera, que antes apareció en el documental sobre Francisco Umbral, del que también fue amigo, y es uno de los principales poetas de su generación, aunque lo oculte su periodismo en technicolor vibrante. Ángel Antonio enlaza con esas dos ideas: sus canciones ya están en nuestras biografías y su familia es su mejor música. ¡Viva Raphael y viva el Raphaelismo!

* Escritor