El futuro judicial ya está aquí, lo tocamos con la punta de los dedos, atisbamos pequeños gestos, aún tímidos pero imparables y cada vez está más claro que la informática aplicada a la justicia es un hecho, y que los algoritmos han entrado en los juzgados para quedarse, y que ya hay quien se dedica a programar y predecir el resultado de algunos procesos e incluso hemos leído cómo un algoritmo de Justicia predice cierres y desahucios para evitar colapsos judiciales y de ahí a que se utilicen en otros procesos, como las cláusulas suelo o abusivas es cuestión de tiempo, veremos la justicia on-line o los servicios judiciales electrónicos en poco tiempo.

¿Podría un algoritmo impartir justicia? Dejar de acudir a los juzgados, dejar de pasar largas horas en los pasillos, sustituir las conversaciones entre abogados por diálogos con tu portátil, introducir datos compulsivamente en la tablet y obtener un resultado sería rápido, pero ¿el resultado sería justo?

Al fin y al cabo un algoritmo es un conjunto de instrucciones o reglas definidas, ordenadas que permiten solucionar un problema. Desde un estado inicial y una entrada, siguiendo los pasos sucesivos se llega a un estado final y se obtiene una solución. Es la forma de ordenar un proceso lógico de resolución de conflictos y es que las definiciones matemáticas son tan parecidas a las filosóficas que en ocasiones no se advierte la diferencia.

Aplicar esta teoría a los procedimientos judiciales parece fácil. Una vez tenemos los hechos, las pruebas y el derecho, nos darían el resultado pretendido con la rapidez y precisión que solo puede realizar una máquina, pero la máquina resuelve la cuestión según los datos que se le hayan proporcionado, según el proceso deductivo que se haya diseñado, es decir, también habría que aportarle la valoración de cada una de las pruebas con toda su complejidad que solo aporta la inmediación judicial, pues dependerá del diseño informático, de las instrucciones de uso, que el resultado sea uno u otro. Y es que las máquinas no se equivocan, pero los informáticos sí, que al fin y al cabo son personas como los jueces y como nosotros.

¿En qué apartado de este proceso pondríamos la valoración de la prueba en conciencia, el contexto social, los argumentos de los abogados, la oratoria, la estrategia? Vivir la tensión que se respira en una sala de un juzgado es una experiencia dura, pero enriquecedora: ver cómo se derrama una lágrima, cómo tiemblan las manos de alguna de las partes, cómo suda un testigo... Alguien mira al suelo, no mantiene la mirada, alguien contesta rápido -no quiere detalles-, otra persona se ha vestido como si fuera de boda, para causar buena impresión, hay quien se ha tomado un ansiolítico y parece que duerme, que no le importa, pero sabemos que no es así, hay quien se hace el fuerte y se marea, quien parece que tiene la razón pero luego duda y se contradice. En un rato contemplamos el espectáculo del alma humana al descubierto, sus intereses, sus contradicciones, sus anhelos. Allí no están las maquinas y sus ecuaciones, solo hombres y mujeres frente a la vida misma y sus conflictos.

Sin embargo, una ayudita a nadie le viene mal, no en vano los abogados y los jueces han estudiado cómo se aplica la ley en el caso que les ocupa y han leído sentencias que resuelven casos similares, y que no deja de ser la aplicación de un algoritmo, claro que no hay más que echar un vistazo a la jurisprudencia para ver que hay tantas soluciones para casos parecidos -que no iguales- como se quiera, y nunca hay un caso igual que el que tienes entre manos.

La informática aplicada a la justicia debe de ser bienvenida, necesaria, como un apoyo, como una herramienta más, como una guía, no para sustituir a las personas sino para ayudarlas. Se trata de encontrar soluciones, no de crear más conflictos, que ya lo decía Ulpiano cuando definía la justicia: Suum Cuique Tribuere (Dar a cada uno lo suyo).

 ** Abogada