En el año 165 a. C, en Roma un esclavo berebere liberado escribió una comedia, ‘El enemigo en sí mismo’, en la que uno de sus personajes decía las famosas palabras del título de este articulo, y que nuestro Miguel de Unamuno, dos mil años más tarde, le pareció necesario corregir al iniciar su obra ‘El Sentimiento Trágico de la vida’. El poeta latino decía: «Homo sum: nihil humani a me alienum puto», pero a Don Miguel no le gustó esto de «humani» y sugería «nullum hominem... porque a mí - dice nuestro filósofo- el adjetivo «humanus» me es tan sospechoso como su sustantivo abstracto humanitas, la humanidad» y prefería usar el sustantivo concreto: «homo: el hombre de carne y hueso, el que nace, sufre, y muere -sobre todo muere-, el que come y bebe, juega y duerme y piensa y quiere, el hombre a quién se ve y a quién se oye, el hermano, el verdadero hermano. Porque hay otras cosas que erróneamente también le llaman: hombre», y nuestro filósofo menciona: «el contratante social de Rouseau, el homo aeconomicus de los mancherianos, el homo sapiens de Linneo o, si se quiere, el mamífero vertical. Un hombre que no es de aquí o de allí ni de esta época o de la otra, que no tiene ni sexo ni patria, una mera idea, en fin. Es decir un no hombre... El nuestro es otro, el de carne y hueso: yo, tú, lector mío, aquel otro de más allá, cuantos pesamos sobre la tierra. Y este hombre concreto de carne y hueso es el sujeto concreto de toda filosofía, quiéranlo o no ciertos sedicentes filósofos».

Hace unos días, se recordó en todo el mundo la Jornada Mundial de los Pobres, y Don Miguel nos recordaría que estos «pobres» no son algo abstracto, sino hombres, mujeres y niños/as de carne y hueso. Este mismo día los periódicos nos informaban de varios muy diferentes casos de «pobres»: los 10.000 iraquíes encajonados entre las tropas bielorrusas y polacas como peones de un criminal tira y afloja político. Pero estos no son los únicos, según Acnur, 79,5 millones de personas, este último año, se han visto obligadas a abandonarlo todo para huir de la violencia. Ya más cerca de nosotros, hemos leído de los ocho muertos que llegaron a nuestras costas en un cayuco, de las cuarenta personas que en Córdoba duermen en la calle, de la historia del hombre que pasó 15 años en la cárcel por un crimen que no había cometido, los crecientes problemas de salud mental que pueden llevar a una adolescente de 15 años a intentar suicidarse, el creciente número de contagios entre la población reclusa en nuestra cárcel... todos estos son algunos de los pobres de nuestro alrededor, de los que oímos hablar y quizás vemos pero no miramos.

Y a nivel global, en nuestro pequeño y rico planeta, las cifras de «pobres» es escalofriante: entre 720 y 811 millones de hombres, mujeres y niños pasan hambre (513 m. en Asia, 256 m. en África y 42 m. en Latinoamérica y Caribe), el hambre es la causante del 45% de muertes de niños/as menores de 5 años; 45 millones de niños menores sufren desnutrición aguda, y según la Unicef 160 millones de estos pequeños hermanos nuestros son explotados laboralmente en las calles, minas, fábricas y talleres de todo el mundo.

Este es el «hombre» en que quiso manifestarse Dios en Jesucristo. Un hombre «igual en todo como nosotros, excepto en el pecado», el «hombre-Dios», cuyo nacimiento celebramos en esas Navidades. Un hombre hijo de un pobre artesano que tuvo que emigrar y al no poder encontrar una vivienda para él y su esposa, como tantos otros en nuestros días, tuvo que refugiarse, según la tradición, en un cobertizo de animales para dar a luz a su hijo; un hombre que al crecer fue despreciado en su propia tierra por los otros que se preguntaban con ironía «pero no es este el hijo del carpintero?»; un hombre que sintió hambre y sed; un hombre que fiel a sus ideas tuvo muchos enemigos ; un hombre que lloró la pérdida de un amigo: un hombre que escandalizó a los biempensantes al mezclarse con la escoria de la sociedad; un hombre que tuvo miedo repitiendo en su angustia: «Padre, aparta de mí este cáliz»; un hombre que fiel a sus ideas demasiado avanzadas para su tiempo fue ajusticiado como un malhechor. Un hombre que de tal manera se identificó con su hermano el hombre mortal que pasa hambre y sed, va desnudo, está enfermo o en la cárcel, que dijo que lo que se hiciese a uno de estos pobres lo consideraba que se lo hacían a él mismo; el hombre que resumió, para los que le quisiesen seguir toda su enseñanza, en la empatía y simpatía con los que son marginados, los que se ven pero no se miran en nuestra sociedad opulenta y biempensante por ser improductivos debido a alguna «minusvalía»: vejez, enfermedad, falta de formación, sexo, nacionalidad, ideas políticas, etc.

¡¡¡¡Felices navidades solidarias!!!!.