Teófora, el 4 de diciembre de 1977 es una fecha histórica para Andalucía. Las manifestaciones multitudinarias de aquel día en las capitales de las provincias y en algunas grandes ciudades de Andalucía -si queremos analizarlo en un tiempo histórico y en un contexto nacional- habría que incardinarlas en la evolución de unas etapas regionalistas, nacionalistas o autonomistas andaluzas que tienen sus raíces en el siglo XIX, en concreto en la crisis de final de ese siglo, léase 1898, su motor de aceleración.

En ese contexto, cuyos primeros jalones se pueden situar en 1835 (Junta Suprema de Andújar) y el desarrollo del “movimiento juntero”- “que hasta pudiera interpretarse como alternativa anticentralista de un “instinto federalizante o confederalizante del Juntismo”- y que continuó con el movimiento de los “folkloristas” (1868-1890), o en 1883 con la llamada Constitución de Antequera, hay que integrar para comprender plenamente el 4-D.

Una etapa decisiva, de este largo proceso histórico, es la segunda década del siglo XX, en la que se suceden acontecimientos fundamentales: el Congreso Georgista de Ronda (1913), el Congreso de Ronda de 1918 y la Asamblea en Córdoba de 1919.

El tema de fondo en esos congresos era la búsqueda de la “esencia”. Esta palabra se define en la obra de Blas Infante El Ideal Andaluz (1915),  las posteriores de Fundamentos de Andalucía (1930) y ya en la II República, La Verdad sobre el complot de Tablada y el Estado Libre de Andalucía: para comprender su evolución ideológica sobre “la realidad profunda de Andalucía a lo largo de su historia, de su pasado, para desde esta concepción fundamental construir un proyecto de futuro”.

Pero, Teófora, confundir el resentimiento y la parálisis, como ahora se suele plantear, con el andalucismo es peligroso. “Si a Andalucía le caracteriza algo es su `longanimidad´, su curiosidad por el ir y el venir, conocer, el amor a su paisaje, que no excluye el respeto a otros paisajes”. Como diría el poeta, “somos un pueblo demasiado grande para poder improvisarse. Estamos avanzando por un camino trazado hace miles de años, previsto hace miles de años”  

El 4-D es heredero también del proceso autonómico que se produjo durante la II República y que supuso la primera movilización a favor de instituciones de autogobierno. Movilización que habría cristalizado con el tiempo, me dices Teófora, dentro de la reorganización territorial y administrativa que realizaba el Estado español, si no hubiera quedado abruptamente rota por el golpe militar de julio de 1936, la Guerra Civil y el Franquismo.

La iniciativa de aquel proceso, liderada entre otros por Blas Infante, correspondió a la Junta Liberalista de Sevilla, heredera a su vez de los Centros Andaluces de la segunda década del siglo XX. Los avatares del proceso autonómico ya desde el verano de 1931- en forma de redacción de borradores de estatuto, discusiones y aprobación de un Anteproyecto de Bases para el Estatuto de Andalucía o la celebración de la Asamblea Regional de Córdoba de 1933- lo demuestran, y no deben minusvalorarse por el efecto catalizador que tuvieron en el resurgimiento de una conciencia andalucista.     

Por  tanto, podemos constatar que más tarde, el 4-D supuso un resurgimiento de la defensa de la identidad andaluza y que emergió en la Transición política después de la Dictadura del general Franco, no como una “resultante automática de la existencia de rasgos 'étnicos' diferenciadores, sino de la marginación social y económica de Andalucía en el modelo de Estado centralista mayoritario de la España contemporánea”.

“La identificación entre democracia, autogobierno y solución a los problemas sociales y económicos”, en aquel domingo de casi invierno de 1977, constituyó un poderoso instrumento de movilización. Unas reivindicaciones que serían refrendadas masivamente, mediante manifestaciones de numerosísima participación  que convirtieron esa fecha en un símbolo conmemorativo de Andalucía.

Pero la convicción en el sentimiento y la conciencia de algunos sectores ciudadanos andaluces de que el “subdesarrollo y la tercermundización” han desaparecido de forma definitiva, ha contribuido a desactivar aquel sentimiento identitario basado en la “Teoría de la dependencia” que había perdurado durante la Transición.

Y también, el discurso “geográfico centralista” de apropiación de la identidad andaluza, incluso su confusión, constituye todavía hoy, y se refleja en las encuestas- para aquellos andaluces que entienden en “términos clásicos” el fenómeno nacional- uno de los factores de mayor desmovilización andalucista.

Sin embargo, me dices Teófora que estamos muy lejos todavía de haber realizado una construcción nacional andaluza; ni la identidad andaluza, paradójicamente universal, está suficientemente consolidada y los planteamientos políticos andalucistas están muy lejos, actualmente, de ser hegemónicos.

 E insistes afirmando que el planteamiento de identidad fundamentado en la idea de subdesarrollo, para algunos andaluces, no responde a una realidad que ha supuesto mejoras por ejemplo en los servicios sociales (sanidad o educación) o en el fuerte crecimiento experimentado por los subsectores olivareros y de frutas y hortalizas extratempranas, o del turismo.

Por el contrario, las deficiencias de este modelo extravertido, polarizado, altamente dependiente de otras economías y vulnerable no han conseguido contrarrestar la idea de una mejora sustancial del nivel de vida. Sin embargo, “el paro estructural, el empleo en precario, los bajos salarios, ha llegado a afectar a unos tres millones de personas, un millón de los cuales, con pobreza extrema, y 200.000 niños; o “la población en riesgo de exclusión se disparó al 43,2(2015), más de 10 puntos que cuando comenzó la crisis de 2008”.

Y los datos coyunturales (noviembre de 2021) de la subida de precios (5’6%)- que se sitúa en la cota más elevada desde septiembre de 1992-en los sectores de la alimentación, combustibles e incluso de la luz, hacen que se plantee de nuevo, la necesidad de “compensar la escasa renta, en determinadas actividades económicas andaluzas, con transferencias públicas”.     

Incluso, la trayectoria desde la última década del Andalucismo político, está demandando un discurso de defensa de nuestros recursos propios y de afirmación de nuestras identidades, que será uno de los escenarios de los próximos años; y donde es preciso estar con la máxima capacidad de autogobierno, desde la democracia y no desde el autoritarismo, no dejando el Andalucismo  en manos de concepciones “etnicistas”, decimonónicas, o en otras palabras, anácronicas.

En definitiva, Teófora, no desesperes preguntándote qué hacemos aquí; qué es lo que hacemos; qué es lo que nos preocupa; a dónde estamos mirando. Diciéndote qué hemos hecho o hacemos. No desesperes. La construcción como Andalucía no existe. Por ahora. Mantén la esperanza, y tu esfuerzo.  

* Profesor e historiador