Llegan esas fechas (aunque hay quien lleva meses, ¿años? así) en las que nos reconocemos raros, como poseídos de un espíritu empeñado en volvernos blanditos y hacer y decir cosas que, en circunstancias normales de temperatura, volumen y humedad ni se nos pasarían por la cabeza.

Y nos vemos incluidos en grupos de WhatsApp llenos de pasado y buenos deseos, y en montones de citas a comer o a cenar con personas a las que no vemos desde hace casualmente un año, y nos animamos a viajar a los lugares donde habitan nuestras nostalgias para recrearnos en lo que fuimos y ya no somos, en compañía de amistades a las que aún llamamos por sus motes del cole o del campamento, porque para nosotros Tonete o Lulu no serán nunca Antonio y Lourdes.

Y es un desgaste emocional, sí, pero también es lo de recargar y volver a sentirnos parte de algo, quizás real o quizás sostenido por los hilos del recuerdo, que nos devuelve una parte de nosotros mismos que dormita el resto del año.

Son también días en que, justo y a la vez, hacen chás y aparecen a tu lado ogros empeñados en decir lo que hay que hacer en cada momento, guardianes de la estricta observancia de los plazos concretos, y odiadores de la felicidad ajena de estas fechas que vienen a la vuelta de la esquina, fechas que -no lo olvidemos- son una de las claves que sustentan el cristianismo, por más que las disfracen de “Fiestas de Invierno” los pijoprogres redichos y rebotados.

Porque podrían odiar estas fiestas y dejarte en paz, pero no; destacan en su empeño en demostrar su descontento permanente, su hastío y su disconformidad con las luces, los regalos y todo lo que conlleve alegría y expresividad: que si no pongas el árbol todavía, que si vaya dispendio de bombillas y energía, que para qué hay que juntarse… y todo ello con un afán llamativamente “evangelizador” desde posturas para ellos tan irreductibles como una aldea gala y que quizás podrían explicarse, psicoanálisis barato mediante, a partir de infantiles experiencias traumáticas, como cuando los Reyes Magos no les dejaron el Madelman esquiador que habían pedido, sino un disco de Lluis Llach.

Pero a todos ésos no le dediquemos ni estos dos párrafos que ya me arrepiento de haber escrito, y centrémonos en las polémicas importantes, como las que giran alrededor del turrón y el roscón de Reyes, y que ya abordaremos en su momento.

(De nata, por supuesto).

*Periodista