La soledad, el frío y el silencio por las calles de la España vaciada, donde las noches lucen un cielo estrellado de marca, el starlight, es el retorno a la patria, que es la infancia, cuando los viejos eran niños que tiritaban como lo han hecho esta semana. En la que líderes del PP y PSOE -el Foro de Santiago- han reclamado que la financiación autonómica tenga en cuenta la dispersión y el envejecimiento de la población en el reparto del dinero público. Porque hasta ahora la España vaciada es casi pura literatura donde se inspiran los escritores y algunos hasta dejan por escrito que ellos fueron los primeros en descubrir esta soledad vacía, un fenómeno que empezó cuando las familias necesitaron dinero líquido y tuvieron que emigrar a Alemania, Madrid o Cataluña. Cuando todavía vivíamos en los pueblos los que en ellos nacimos y no conocíamos más mundo que el de las tormentas con rayos y muertes, alguna aurora boreal, las culebras y los lagartos y las albercas en verano y los sabañones en invierno. Y las tapias de enfrente de las escuelas, mojadas a todas horas, sobre todo cuando en los recreos los maestros nos daban permiso para hacer pis.

Eran tiempos sin dinero líquido, que estaba en Alemania, y sin retretes, cuyo espacio ocupaban las cuadras. Cuando no había ni televisión. El partido Barcelona-Benfica lo vi el pasado martes en el Kariba, un bar cuya fachada de ahora coincidía en aquellos tiempos sin móvil con la pared donde orinábamos todos los colegiales. En el interior del váter del Kariba recordé, quizá por el frío, la patria, que es mi infancia, cuando el mundo nos lo teníamos que fabricar cada día al salir de la escuela, a donde no iba nadie a recogernos porque nuestra imaginación se entretenía con las moreras y sus hojas para los gusanos de seda y con las piedras hasta que llegábamos a casa.

Cuando las maquinarias del trabajo eran los carros, que por lógica conducían los hombres. Que, casi como ahora, eran los dueños de las tabernas. Era la apariencia del machismo imperante, un tipo de comportamiento social que provenía hasta de la religión. En la católica, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son los tres masculinos; igual que el jefe de la Iglesia, el Papa, y su colegio de cardenales. Para el género femenino existen los conventos, donde las monjas rezan, preparan de comer y hacen dulces. Las religiones antiguas, sin embargo, son menos machistas: Afrodita era la diosa griega del amor y la belleza, Aurora, la del alba, Fortuna, diosa romana del destino, Juno, de la maternidad, Minerva, de la sabiduría y Venus, diosa romana de la belleza. Pero el cura del pueblo, el sacerdote, hacía de Dios y disponía cuando había baile y cómo las mujeres tenían que vestirse con decencia. Acabamos de celebrar el día de la no violencia contra las mujeres. Si nos paramos a pensar el género femenino, en todos los países, ha sufrido desde comienzos de la historia una violencia institucional que ha minusvalorado a la mujer por principio. Hasta el luto se cebaba contra ellas, que los hombres sí podían salir a los bares.

Hay, afortunadamente, un movimiento en el que en los pueblos, en la España vaciada, que se llena de frío estos días de noches estrelladas, las mujeres están tomando protagonismo. Tanto las residencias de ancianos como la asistencia a domicilio han creado un movimiento de mujeres con batas blancas que en los pueblos se dejan ver como la conquista de un nuevo estilo del género femenino. Y los automóviles que llenan las calles de estas localidades de la España vaciada van conducidos en su mayoría por mujeres. Y no es que la violencia institucional hacia las mujeres desaparezca con sus coches y el blanco de sus batas. Pero es una conquista en esta España vaciada donde se nota demasiado la soledad de frío.