Opinión | CIELO ABIERTO

Lorena y Camavinga

Hoy no rigen ni la presunción de inocencia ni el sentido común, sino las legiones de ofendiditos

Eduardo Camavinga es más negro que el traje. No lo digo yo, sino la periodista Lorena González, que ha pagado la frase con un despido fulminante de TVE. Soltó ese comentario durante la presentación del futbolista como nueva incorporación del Real Madrid, sin haberse dado cuenta de que su micrófono continuaba abierto. Después pidió perdón, asegurando lo que para cualquiera resultaba muy evidente: que era un comentario descriptivo, como mucho algo desafortunado, pero sin ningún matiz ofensivo ni, mucho menos, racista. Sin embargo, Lorena González fue objeto de un expediente informativo que derivó en su despido. Esta mujer joven ha explicado después las consecuencias de todo este embrollo: «No soy mártir ni ejemplo de nada, pero esto ha acarreado que me hayan sacado de forma abrupta de TVE. He pedido perdón por un comentario que hice a micro cerrado supuestamente pero no voy a pedir perdón por un comentario racista porque jamás lo hice. Tengo familia, ansiedad y una casa que pagar. Todo esto ha sido bastante desmesurado». Lo mejor del asunto es que quien tendría que haberse dado por aludido, el futbolista Eduardo Camavinga, recibió la llamada de la periodista y, según ha contado ella, en ningún momento se ha sentido ofendido. «Para mí no es despectivo o peyorativo. No estoy menospreciando al jugador, no estoy comparando su color de piel con nada despectivo ni nada feo. No saldría de mi boca jamás un comentario feo en este sentido, ni a micrófono cerrado ni abierto». Todo esto puede sonarnos más o menos verosímil, pero ya sabemos que en el mundo de hoy no rigen ni la presunción de inocencia ni el sentido común, sino las legiones de ofendiditos y ofendiditas, como legisladores invisibles que parecen regir el pensamiento occidental, suponiendo que exista. Así que las periodistas, como la mujer del César, tienen que parecer antes que ser. Porque la representación, como la autocensura, ya se han convertido en la mayor amenaza contra la libertad de expresión.

Vamos a ponernos en situación. Está Laura González en la retransmisión y se hace una pausa, en la que pueden comentarse cosas cómo qué hambre tengo, qué cansada estoy o qué ganas tengo de ver la última de Bond. Pero no: va la muchacha, después de quedarse mirando a Eduardo Camavinga, y suelta «Tío, es más negro que el traje». Yo mismo lo pensé; y también, al contemplarlo, que luce una sonrisa magnífica, de las que casi te dan la bienvenida al extenderse, aunque no te conozca, y una mirada honda que parece, a la vez, serena y dura. Con una fuerza enorme latiendo sobre el fondo. Y quien piense que hago literatura para compensar el racismo que yo mismo no sabía que tenía, que mire sus fotografías. Es un rostro que expresa. Y además de todo eso, tiene Camavinga un físico envidiable y unas condiciones físicas extraordinarias para el fútbol y cualquier deporte.

Sinceramente, me parece que nos estamos pasando. Y el problema no es ese, sino que avanzamos hacia una sociedad de eunucos mentales. Si yo pensara que había la más mínima mota de racismo, betunera o no, en las palabras de esta mujer, sería el primero en condenarlo. Pero me parece que es la oleada de hipocresía y puritanismo que nos invade la que se la ha llevado por delante. En la vida, como en el derecho -que trata siempre de ser espejo de la vida, y ofrecerle respuestas en sus vértices- el dolo o la intención no es que sean importantes, sino que son decisivos. ¿De verdad hay alguien que piense que en esta mera afirmación descriptiva, desprovista de cualquier asociación despreciativa que pudiéramos imaginar, hay auténtico racismo? Me preocupa más que en la dirección de TVE haya gentes incapaces de discernir ni las más rudimentarias sutilezas del lenguaje; porque, si esto para ellos es un ataque racista, nadie asegura que tengan capacidad verbal cognoscitiva para apreciarlo si lo hay de verdad. Sé de sobra que la palabra negro ha estado asociada al insulto durante demasiado tiempo. Pero en este caso, quizá el racismo se esconde en quien aprecia que la descripción en sí, siendo objetiva, es un insulto. Porque no puede serlo ni ser muy negro, ni muy blanco, ni tener la piel cubierta de pecas.

Se ha confundido interesadamente lo que no pasa de ser, como mucho, un comentario inapropiado -a fin de cuentas, están ahí para hablar del juego, no de sus apariencias-, con algo tan repugnante como un insulto racista. Suerte a Camavinga y a Lorena, que por esta chorrada, y por la cobardía de sus jefes, acaba de quedarse sin trabajo.

* Escritor