La periodista francesa Agnès Poirier, afincada desde hace 20 años en Londres, donde trabaja para la BBC, acaba de publicar La Rive Gauche, un libro, originalmente escrito en inglés, sobre el París de los años 40. Se trata de un recorrido, en prosa ágil y límpida, por la vida socio-política y cultural de Francia en la década que transcurre de 1940 a 1950. Interesante tiempo convulso en el que los franceses experimentaron la cruel ocupación nazi avalada por el colaboracionismo de Vichy, el nacimiento y desarrollo de una resistencia patriótica que dejó numerosos mártires y, por último, el armisticio y la liberación, seguidos de penurias innumerables --«un largo invierno francés con muchas goteras»- que no mermaron el entusiasmo victorioso, dando lugar a una resurrección cultural de gran calado que repercutió en el mundo libre.

La Rive Gauche, el barrio de París con más intelectuales y artistas de tradición innovadora e iconoclasta --en el siglo XVlll había acogido a los Enciclopedistas que se pasaban el día en el bistró Procopio, aún existente--, fue el fulcro que le sirvió a Europa, junto con el Plan Marshall, sanador de la economía, para superar el tiempo del desprecio y la angustia que había generado la Segunda Guerra Mundial.

Allí, en la Rive Gauche, se perfiló el existencialismo de Sartre, que alcanzó resonancia occidental pese a su ambigüedad y a considerar a los humanos seres intrascendentes portadores de pasiones inútiles, absurdas, que solo podían paliarse con coraje, compromiso ideológico, diálogo y libertad sin prejuicios.

El elenco de los que en aquel tiempo, como jardineros ontológicos, sembraron ideas que han fructificado --tal el feminismo activo, la solidaridad y el humanismo sin adjetivos--, es amplísimo. Leyendo el libro que nos ocupa, se pueden vivir en proximidad las peripecias vitales e intelectuales de, entre otros muchos, Picasso, Camus, Sartre, Simone de Beauvoir, Raymond Aron, Samuel Beckett, Saul Bellow, Arthur Koestler, Simone Signoret, Malraux, Juliette Gréco, Gallimard, Norman Mailer, Marguerite Duras, María Casares... y un largo etcétera de personalidades francesas en compañía de foráneas.

De todos ellos --gentes con avanzadas inquietudes creativas--, solo Picasso era comunista, afiliado en 1947 consciente de que si hubiera vivido en la URSS lo habrían enviado a Siberia. Los demás, en contra de lo que difundió el franquismo tachándolos de rojos perniciosos, fueron sistemáticamente zaheridos por los soviéticos, que consideraban al gurú Sartre un pensador pequeñoburgués. El peor de los insultos marxistas.

Como no solo de pan y cultura vive la humanidad, la autora, haciendo uso de un cotilleo de alta gama, también nos refiere intimidades protagonizadas por los personajes antedichos. Seres de una sensualidad casi borbónica, que anticiparon con su conducta la frase más afortunada de la tormenta universitaria acaecida en mayo del 68: «Haz el amor y no la guerra». Un imperativo categórico que los pioneros de la Rive Gauche tomaban al pie de la letra, practicándolo con denuedo en los años 40 del siglo pasado, cuya impronta aún pervive en la cultura occidental.

* Escritor