Los actos organizados con motivo del Centenario del nacimiento del beato Manuel Lozano Garrido (1920-2020), ‘Lolo’ para todos nosotros, especialmente los periodistas andaluces, se quedaron a mitad de camino, a causa de la pandemia. Y tras muchos aplazamientos, en mayo de este año, pudo celebrarse al fin la Eucaristía de la clausura, que fue presidida por el obispo de Jaén, Amadeo Rodríguez Magro. En la homilía, el prelado presentó un decálogo sobre la figura del beato periodista, que recoge los aspectos más entrañables de su vida y de su personalidad, que lo configuraron desde niño con Cristo, y sobre todo, a lo largo de su enfermedad, contraída desde muy joven.

Tuve la gran suerte de conocer a Lolo, en mis años de seminarista, leyendo sus artículos en la revista Sinaí, y en Signo, el periódico semanal de los jóvenes de Acción Católica. Ya en aquellos años, la vida de Lolo se había convertido en antorcha de luz y de calor que fue contagiando en los más de 800 artículos que escribió, en sus reportajes y en sus libros, con un estilo rebosante de metáforas y de imágenes vivísimas, aromatizadas por su enfermedad capacitante, a aquella juventud marcada por un idealismo desnudo de ideologías y pegado con fuerza a la realidad de una sociedad en lucha contra los destrozos materiales y morales de la posguerra. Muy en síntesis, selecciono algunos párrafos del decálogo de Lolo, confeccionado por el obispo de Jaén, en el que recoge lo esencial de su legado. «Primero, Lolo es un modelo acabado de imagen y semejanza divina que, tocado por la gracia bautismal, creció en un estilo de vida que marcaría su existencia: «Vivir en Cristo Jesús».

Segundo, Lolo fue un niño, adolescente y joven que, con una apariencia normal, alegre e incluso traviesa, vivió comprometido con su fe. Tercero, en la Acción Católica, en su formación, compromiso y acción, se fue forjando un laico cristiano, que vivió con intensidad y hondura su vocación bautismal. Cuarto, Lolo nunca huyó de los compromisos de la vida, en los que siempre estuvo con audacia y sin temor, convirtiéndose en un acompañante y líder admirable de otros jóvenes. Quinto, Lolo vivió siempre con una profunda atención a la sociedad de su tiempo, también cuando por la enfermedad, su mundo se redujo al pequeño espacio de su habitación. Su programa de vida decía: «Por la mañana desayunarás con el buen pan de Dios, y después, enriquecido por su milagro, distribuirás tú los panes y los peces de tu corazón».

Sexto, Lolo vivió muchos años sintiendo el duro, lento y pertinaz camino de su enfermedad degenerativa, que le convirtió en un «dolor viviente y en un sacramento del dolor». «Pesa pero tiene alas», decía de su enfermedad. Séptimo, Lolo encontró en la escritura y en el periodismo un cauce de expresión y comunicación de lo que vivía y sentía y de lo que podía ofrecer a los demás. Octavo, en todos sus escritos manifiesta el amor de Dios y la alegría del Evangelio, saliendo siempre de su pluma palabras de vida, de verdad, de justicia y de paz. Noveno, Lolo vivió una profunda espiritualidad eucarística, el gran secreto de su fortaleza interior. Décimo, Lolo se sintió siempre en el regazo de la Virgen María y bajo su mirada amorosa». Estos son, en síntesis, los puntos principales que ha ofrecido el obispo de Jaén, en su decálogo dedicado a Lolo.

Andalucía no puede olvidar a este periodista que ya está en los altares, ni sus escritos y mensajes, ni su estilo de vida, marcado por el dolor y por su generosa entrega a un periodismo humano, fraterno, centrado en las grandes necesidades de la sociedad de su tiempo. La clausura del centenario de su nacimiento y de su bautismo no es, ni mucho menos, un punto final, sino todo un camino radiante de luz y de esperanza para el apasionante mundo de la comunicación. El beato Lolo fue un pionero del «buen decir y comunicar» desde su máquina de escribir y desde su silla de ruedas, desde su ilusión y su dolor, desde su amor a los más débiles y necesitados.

*Sacerdote y periodista