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Historia en el tiempo

José Manuel Cuenca Toribio

Exámenes

Los exámenes son un elemento distorsionador del aprendizaje

El anciano cronista cursó en la Sevilla del buen recuerdo los tres grados de enseñanza en establecimientos públicos. No lo lamenta; antes, al contrario. Una de las principales causas de tal satisfacción radica en la mínima expresión con la que en los exámenes, en sus diversas modalidades y cronologías, se manifestaron las pruebas orales o escritas a lo largo de casi un quindecenio de discencia en conjunto muy gratificante. En oposición frontal con el sistema hodierno imperante, los profesores -hèlas: muy pocas profesoras…- acostumbraban a someter a sus alumnos a un solo ejercicio en Junio y, de modo excepcional, cada trimestre o cuatrimestre, a las veces, sin «liberar materia…». Acorde con las pautas actuales, dicha configuración examinadora sea harto probablemente nefasta e, incluso, atentatoria a los derechos constitucionales y salud de nuestros infantes y adolescentes. Con todo, empero, el rendimiento escolar y, en general, educativo de estos no es, de ordinario, superior y, en ocasiones, ni siquiera equiparable a los de la postguerra.

La raíz de ello se encuentra en que los exámenes son en esencia un elemento distorsionador del aprendizaje en todas sus ramas y grados. Tironeados mensual y hasta ¡semanalmente! con pruebas calificadoras, los conocimientos no pueden decantarse en la memoria y espíritu de niños y jóvenes. Las leyes del mercado y del capitalismo demandan a la población juvenil una instrucción que requiere saberes altamente cualificados. Conforme (solo así, naturalmente…); pero el crecimiento armónico y equilibrado de la personalidad en edades tan críticas como las de la puericia y primera juventud es meta por completo prioritaria de cualquier ordenamiento educativo siquiera sea de discreto nivel. Los ejemplares profesores del ayer hispano más cercano lo sabían bien; y, conforme a ello, entregaron a la sociedad el tesoro más preciado: una mocedad apta para el desempeño de la grande e insoslayable empresa de la modernización del país, educada sin mayores traumas en el esfuerzo cuotidiano y la responsabilidad.

Claro es, sin embargo, que para el logro de esa conquista cívica y patriótica el factor clave de la vocación en discentes y docentes descansa en la ardida vocación de unos y otros. No existe, desde luego, otra fórmula que una dedicación apasionada -según, obviamente, edades y circunstancias- para alcanzar tan noble y fructífero objetivo. Tacticismos partidarios, estrategias políticas de corto vuelo, añagazas ministeriales de angosto horizonte son de todo punto rechazables en terreno tan sagrado y respetable como el porvenir de las generaciones que protagonizarán el futuro inmediato del pueblo español.

En coyuntura próxima, el articulista se afanará por glosar extremo de tan capital trascendencia.

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