El anciano cronista cursó en la Sevilla del buen recuerdo los tres grados de enseñanza en establecimientos públicos. No lo lamenta; antes, al contrario. Una de las principales causas de tal satisfacción radica en la mínima expresión con la que en los exámenes, en sus diversas modalidades y cronologías, se manifestaron las pruebas orales o escritas a lo largo de casi un quindecenio de discencia en conjunto muy gratificante. En oposición frontal con el sistema hodierno imperante, los profesores -hèlas: muy pocas profesoras…- acostumbraban a someter a sus alumnos a un solo ejercicio en Junio y, de modo excepcional, cada trimestre o cuatrimestre, a las veces, sin «liberar materia…». Acorde con las pautas actuales, dicha configuración examinadora sea harto probablemente nefasta e, incluso, atentatoria a los derechos constitucionales y salud de nuestros infantes y adolescentes. Con todo, empero, el rendimiento escolar y, en general, educativo de estos no es, de ordinario, superior y, en ocasiones, ni siquiera equiparable a los de la postguerra.

La raíz de ello se encuentra en que los exámenes son en esencia un elemento distorsionador del aprendizaje en todas sus ramas y grados. Tironeados mensual y hasta ¡semanalmente! con pruebas calificadoras, los conocimientos no pueden decantarse en la memoria y espíritu de niños y jóvenes. Las leyes del mercado y del capitalismo demandan a la población juvenil una instrucción que requiere saberes altamente cualificados. Conforme (solo así, naturalmente…); pero el crecimiento armónico y equilibrado de la personalidad en edades tan críticas como las de la puericia y primera juventud es meta por completo prioritaria de cualquier ordenamiento educativo siquiera sea de discreto nivel. Los ejemplares profesores del ayer hispano más cercano lo sabían bien; y, conforme a ello, entregaron a la sociedad el tesoro más preciado: una mocedad apta para el desempeño de la grande e insoslayable empresa de la modernización del país, educada sin mayores traumas en el esfuerzo cuotidiano y la responsabilidad.

Claro es, sin embargo, que para el logro de esa conquista cívica y patriótica el factor clave de la vocación en discentes y docentes descansa en la ardida vocación de unos y otros. No existe, desde luego, otra fórmula que una dedicación apasionada -según, obviamente, edades y circunstancias- para alcanzar tan noble y fructífero objetivo. Tacticismos partidarios, estrategias políticas de corto vuelo, añagazas ministeriales de angosto horizonte son de todo punto rechazables en terreno tan sagrado y respetable como el porvenir de las generaciones que protagonizarán el futuro inmediato del pueblo español.

En coyuntura próxima, el articulista se afanará por glosar extremo de tan capital trascendencia.