En toda la novela del indulto hemos echado en falta la poesía. Hay novelas sin poesía y también con ella, en las que se convierte en ligereza o plomo, es verdad; pero en aquellas que dejan intacto su rescoldo en la retina lectora siempre late el brillo muy sutil de una lírica, como un fuego de hoguera sobre la extensión de la lectura. Y la novela de los indultos casi la hemos leído, con más o menos desidia o desazón, pero sin poesía: de la comunicación y del conocimiento. Porque ni se ha explicado en serio lo que ha habido, y lo que hay, ni se ha contado bien. Lo que hemos padecido, en cambio, en esta narrativa farragosa de catalanes independentistas ebrios de un nuevo cantar de gesta comarcal, ha sido una poesía youtuber sentimentalona para eternos adolescentes de cuarenta años con revoluciones postergadas y game boy vintage, mientras las palabras democracia y libertad no sólo eran vaciadas de significado, sino corrompidas para su nueva utilidad juvenil. Y se han dejado ahí, entre las chapas reventadas de los coches de la Guardia Civil frente a la Consejería de Economía en Barcelona el 20 de septiembre de 2017, el griterío violento, las agresiones, el miedo y la paz rota. Y la vida ha seguido, después de la sentencia para los presos políticos, dentro de sus celdas y en Waterloo, sin que nadie haya recuperado su significado primigenio, es decir: auténtico. Por eso es posible defender los indultos ahora desde posiciones que no tienen nada que ver ni con la democracia ni con la libertad: porque para quienes lo argumentan, aunque no lo sepan, no significan nada o casi nada.

Merece la pena explicar las razones para negar los indultos a los presos políticos que expone en su informe el Tribunal Supremo porque el derecho, con frecuencia, acierta o clarifica donde la pasión falla. ¿Y por qué el Tribunal Supremo considera los indultos una «solución inaceptable»? Porque no concurren ninguna de las tres causas previstas en la ley: justicia, equidad y utilidad pública. Para el tribunal, ni se ha vulnerado el principio de proporcionalidad de las penas impuestas por sedición, malversación y desobediencia, ni se vislumbra propósito de enmienda. «Esta Sala no puede hacer constar en su informe la más mínima prueba o el más débil indicio de arrepentimiento». Por otro lado, las peticiones de indulto buscan que el Gobierno «corrija la injusticia» que, según exponen, supuso la sentencia del Tribunal Supremo. Pero, como se recuerda en el informe remitido a Juan Carlos Campo, ministro de Justicia, responsable de llevar el asunto al Consejo de Ministros, el sentido y la finalidad de un indulto no es corregir una injusticia, porque no se trata, en ningún caso, de otro escalón procesal. El indulto no es una instancia más del sistema procesal que pueda invalidar todas los instancias anteriores, declarándolas nulas, tal y como sucede, por ejemplo, si recurres desde un tribunal inferior al Tribunal Supremo, y ganas. Es, en cambio, una medida de gracia, que no puede otorgarse sin esos requisitos.

«Se presentan como presos políticos quienes han sido autores de una movilización encaminada a subvertir unilateralmente el orden constitucional, a voltear el funcionamiento ordinario de las instituciones y, en fin, a imponer la propia conciencia frente a las convicciones del resto de sus conciudadanos», dice el informe. Ningún procesado explica qué razones de justicia, equidad o utilidad pública legitimarían el ejercicio del derecho de gracia. No sólo no hay arrepentimiento, sino que lo volverían a hacer: «El mensaje transmitido por los condenados en el ejercicio del derecho a la última palabra y en sus posteriores declaraciones públicas es bien expresivo de su voluntad de reincidir en el ataque a los pilares de la convivencia democrática, asumiendo incluso que la lucha por su ideales políticos -de incuestionable legitimidad constitucional- autorizaría la movilización ciudadana para proclamar la inobservancia de las leyes, la sustitución de la jefatura del Estado y el unilateral desplazamiento de la fuente de soberanía». Los indultos, además, se conceden de manera individual, por esas circunstancias tan especiales de justicia, equidad o utilidad pública. Y aquí se habla de un indulto en manada.

Naturalizar los indultos, por quien hasta hace poco se oponía, solamente tiene una razón: seguir en la Moncloa. A cambio, se desnaturaliza no solamente la figura del indulto, sino todo el sistema jurídico español. Defender el derecho empieza a parecerse a una elegía.

* Escritor