Cuando «un diplomático dice ‘sí’, significa ‘quizá’. Cuando dice ‘quizá’, significa ‘no’. Y si dice ‘no’... es que no es diplomático». En esa frase de Voltaire, que es perfectamente extrapolable del lenguaje del diplomático al del político, hay toda una lección que voy a simplificar a lo bestia: cada uno le da a sus palabras el significado que quiere y cada cual las entiende como le conviene.

Muchísimo más fina, como debe ser, es la profesora María Victoria Escandell en el centro virtual del Instituto Cervantes, cuando recuerda que no siempre es cierta la idea de que las lenguas son códigos y que «comunicarse consiste en codificar y descodificar información».

Sin embargo, hay una palabra que desde en el más simple lenguaje común al más enrevesado discurso político carece de medias tintas. Es la más demoledora del idioma. La que lo dice todo por su capacidad de destrucción. Es un término con un poder tan inmenso que ni el más hábil discurso político, la sentencia mejor redactada, la excusa mejor confeccionada o la renuncia más sibilina escapan a ella. El agujero negro del diccionario.

Esa palabra es... «pero».

Y es que en el lenguaje normal todo lo que se dice antes de decir «pero» no vale para nada, mientras que en el discurso político, es la principal diferencia, lo que se dice antes de «pero» no sirve y lo que se dice después... pues tampoco.

Verán: «Eres un encanto, te amo, te adoro, la mejor pareja con la que sería posible pasar la vida, me moriré de amor sin ti... pero». Y dicho «pero» por esa pareja pues... ya da igual. Usted y yo sabemos perfectamente lo que viene. «Es usted el mejor trabajador que podría tener esta plantilla, pero...» diría el jefe. De pequeño: «Hijo, sé que necesitas una bicicleta, pero...». En el banco: «Podríamos gestionar la hipoteca, pero...». En la tienda: «Le devolvería el importe de la compra, pero...».

La crueldad de la palabra «pero» es infinita. Es tan poderoso el término «pero» que ni el discurso político, la post-verdad ni eso de que «una mentira repetida mil veces se convierte en verdad» es capaz de reducir su brutal alcance. «Acato la sentencia del juez», se le suele oír a algún responsable político en plan generoso y magnánimo, dejando de lado que lo contrario sencillamente es un delito de desacato, justo antes de decir «pero» y descubrir así lo que realmente piensa esta persona de la sentencia y del juez.

Y ya el colmo es cuando se habla de cosas tan básicas como la democracia, los derechos fundamentales, los derechos sociales y, sobre todo, el rechazo a la violencia. Tras cualquier frase que incluya la palabra «violencia» decir después «pero»... es decirlo todo.

Por eso entiendo, acepto e incluso tampoco me molesto (un servidor es así) con que se intente mentir con cualquier cosa usando la palabra «sí», «quizá» o «no». Porque al final siempre hay un «pero» que dice la verdad.