Ángel Gabilondo nos contempla desde su laberinto más universitario que castizo, con la sombra alargada y pendular de Moncloa oscureciendo todas sus salidas. Este hombre gasta un temperamento de molicie verbal que puede parecer algo pesado, pero que se agradece por su decir moroso con un fondo ilustrado, y hasta de convivencia, teniendo en cuenta que estamos asediados por ese pandemónium con tuits de barricadas por la guerra de ayer, que es tan infinita como la trinchera de la película. Frente a la cohorte de aplaudidores profesionales de Sánchez -que son tan eficaces, dentro de esa mecánica de inmediato entusiasmo, como aquellos monitos tan graciosos de lata a los que dabas cuerda y hacían sonar sus bongos-, tras endosarnos el mismo discurso tan pomposo y hueco sobre los fondos europeos por novena vez, Ángel Gabilondo, por el contrario, se aprieta los machos de su argumentación tributaria autonómica e impone su criterio, en la intención al menos, a esa inercia de ola partidista que todavía envuelve al presidente.

El séquito de Sánchez se aplica en su función encantado de su tarea: secundar toda contradicción de cualquier verdad anterior del presidente Sánchez -suponiendo que fuera verdad antes-, asumiendo esa nueva propaganda, aunque sea contradictoria, sabiendo que defienden a un sujeto capaz de asegurar lo uno y lo opuesto la misma semana, con un único fin: defender su sitio. Sánchez lo hace mirando con la misma fijeza grandilocuente a la cámara, como si no existieran grabaciones de lo que afirmó antes y los demás no tuviéramos Internet o memoria; y Gabilondo, el hombre que ha salido de sus evaluaciones fin de curso para librar una guerra mucho menos intelectual que publicitaria, se reafirma en su idea: si es elegido presidente de Madrid, no subirá los impuestos de la comunidad.

Y no lo ha dicho una sola vez, sino unas cuantas. Mientras, María Jesús Montero asegura que sí, que subirán los impuestos, a lo que la vicepresidenta Nadia Calviño responde que no, que no es el momento. Y el propio Pedro Sánchez corrige a Gabilondo diciendo que el candidato puede decir lo que le quiera, porque lo dice como candidato. O sea: la normalización de la mentira. Eso sí, Sánchez rectifica a Gabilondo con ese gran lenguaje-trabalenguas tan docto en prosopopeyas como poco doctor en la extensión moral de lo que significa esa categoría universitaria, es decir: que seas quien ha hecho tu trabajo. Para Sánchez, respecto a la promesa de Gabilondo de no subir los impuestos de Madrid, «En la autonomía de su condición como candidato del PSOE, Ángel Gabilondo plantea su propuesta en Madrid, porque se presenta para la Comunidad de Madrid», pero a ello habrá que «amoldar» las distintas «sensibilidades y demandas largamente acumuladas durante estos años». Es decir: habrá que contentar a sus socios presupuestarios, esos partidos que reivindican con una mano la independencia o una singularidad ventajista mientras, con la otra, exigen que todas las demás regiones regresen al centralismo fiscal.

En resumen: Ángel Gabilondo puede prometer lo que quiera, porque lo hace como candidato. Y como Pedro Sánchez nos está enseñando permanentemente, ya sea como candidato, como presidente del Gobierno o de la comunidad de vecinos, tú puedes pasarte media vida prometiendo una cosa para hacer justamente la contraria cuando te dé la gana o te venga mejor, y con muy pocos días de diferencia. En el planeta de Sánchez los que mienten son los otros. Pero fue él quien dijo que «Ni antes ni después pactaremos con el populismo, el final del populismo es la Venezuela de Chávez». No lo dijo Rajoy ni Rivera, sino Pedro Sánchez: que no podría dormir tranquilo con Podemos en el Gobierno. Que era un bulo que quisieran pactar con populistas y separatistas. Sí, un bulo. Viene bien recordarlo, porque la acumulación de falsedades hace que las vayamos evacuando por saneamiento moral. Como cuando afirmó que quienes ensalzan a Otegi como hombre de paz deberían recordar a Ernest Lluch, o que era «mentira» que fuera a subir el impuesto sobre el diesel, en aquel debate televisivo, para subirlo ocho días después. «¿Y quién controla a la fiscalía?» se ufanó, como presidente, tras defender la separación de poderes.

Así que Gabilondo promete que no subirá los impuestos en Madrid y Pedro Sánchez se parte de risa, porque lo hace como candidato. Lo que estamos perdiendo es más profundo que una ideología. Después de Sánchez, a ver cómo recuperamos el respeto que nos hemos perdido a nosotros mismos.

* Escritor