Tras los fastuosos festejos que celebraron en Roma el regreso de la familia imperial, la posición de Julia Domna se vio muy comprometida por las insidias e intrigas del Prefecto del Pretorio, Fulvio Plauziano, que aprovechando su amistad con Septimio Severo consiguió casar a su hija Plautilla con el heredero de la púrpura imperial, el futuro Caracalla, regalándole de paso el estatuto de Augusta. A esto vino a sumarse un viaje a África, con una larga estancia en Leptis Magna, patria chica del emperador y de Plauziano, que debió ser para la emperatriz una verdadera tortura. Todo ello contribuyó a que se aislara, sumida en el estudio y rodeada de sabios con los que iría afianzando día a día su sólido perfil intelectual; hasta que en 204 las cosas empezaron a cambiar: durante la celebración de los ludi saeculares y honorarii Julia Domna, sus hijos, su hermana y sus sobrinas brillaron con luz propia junto a Severo; una bien diseñada imagen de unidad y armonía destinada a enfatizar su carácter dinástico, garantía de estabilidad y prosperidad para el Imperio, y evidencia de que en la familia imperial residían las virtudes más definitorias y eternas de Roma: pietas, concordia, virtus. Se iniciaba así una nueva y prometedora etapa de paz y de grandeza.

La suerte había cambiado, y el primer signo evidente fue la caída en desgracia de Plauziano a comienzos de 205. Primero, el propio hermano del emperador puso a éste sobre aviso en su lecho de muerte; luego, Caracalla, que le achacaba haberle impuesto a Plautilla (a la que no amaba, y con la que nunca llegó a consumar el matrimonio) y tomarse atribuciones que no le correspondían, lo acusó ante su padre de conspiración. Severo lo llamó a su presencia, y el Prefecto terminó degollado allí mismo. Poco después Plautilla partía con su hermano para un exilio en Lípari del que nunca regresaría: Caracalla la mandaría matar apenas accedió él mismo a la púrpura. Julia encontró venganza, pues, a través de su primogénito, que la resarció de tantos años de humillaciones. Ella, sin embargo, se mantuvo al margen, haciendo gala una vez más de prudencia, y quizás también de astucia política. Sin embargo, su paz no sería duradera. La relación entre sus hijos nunca había sido buena, y la rivalidad entre ellos, viciados por la inactividad y las malas compañías, no tardaría en provocar el más dramático de los epílogos. Sin siquiera imaginarlo, Severo intentó motivarlos llevándolos con él a la guerra en el limes británico, de donde su horóscopo le había predicho que no volvería, pero lo único que consiguió fue potenciar aún más el carácter violento y cruel de Caracalla, quien después de intentar incluso sobornar a los médicos para que aceleraran la muerte de su progenitor, y a pesar de los esfuerzos de todo tipo desplegados por Julia, nombrada por primera vez en la historia mater senatus et patriae en un intento vano de que pudiera garantizar el orden político y salvar al pueblo de las amenazas derivadas del odio entre los dos hermanos, desaparecido Severo no tuvo el menor reparo en asesinar delante de su propia madre (herida incluso en el brete) a Geta, quien conforme a la última voluntad del padre habría debido co-regir con él los destinos de Roma. Era el año 211, y a Domna no le quedó más opción que sacrificar su dignidad de madre y encubrir el crimen en beneficio de la continuidad dinástica y la seguridad de sí misma y de su familia. Como contrapartida, quedó ligada a su hijo por lazos execrables, lo que, maledicencias aparte (fueron acusados de incesto), se traduciría en un poder creciente, hasta alcanzar cargos y responsabilidades nunca antes ocupados por una mujer.

Sólo unos meses más tarde, tras un terrible baño de sangre --las fuentes hablan de 20.000 muertos: Caracalla mandó asesinar a todo aquél que había sido amigo o prestado algún tipo de apoyo a Geta, además de a posibles rivales--, el nuevo Emperador decretaría la Constitutio Antoniniana, que concedía la ciudadanía romana a todos los habitantes del Imperio nacidos libres; un edicto que la historiografía moderna ha destacado como uno de los actos de generosidad política más importantes concedidos por un gobernante romano, con un matiz de ecumenismo ético sobre el que se han vertido ríos de tinta, pero que en realidad obedeció a una decisión puramente práctica: Caracalla había dilapidado la fortuna heredada de su padre sobornando a las tropas para que lo apoyasen en su legitimación como emperador tras el asesinato de su hermano, y necesitaba nuevos ingresos con los que llenar las arcas del Estado. Como los extranjeros no tenían obligaciones fiscales, exclusivas de los ciudadanos, al conceder iguales derechos y deberes a todos los provinciales Caracalla logró su objetivo ‘engañando’ de paso a la historia; circunstancia que no resta trascendencia a la iniciativa. En el año 212 toda Hispania quedaba asimilada a Roma, de hecho, y también de pleno derecho.

*Catedrático de Arqueología de la UCO