Pones en Google «Hasta los cojones» y lo primero que sale es Fran Carrillo, que ya se ha hecho viral. Y muy poco después sale mi querida María Olmo, que ha tenido el acierto periodístico de colocar esos mismos cojones en el título de su último artículo. Siempre me ha parecido que las formas están sobrevaloradas cuando estamos hablando de decir la verdad. Hay un límite, claro, pero no podemos ponernos tiquismiquis con una voz crispada o un vocablo cuando lo que tenemos entre manos es la convivencia y la salud. Qué me importan sus buenas maneras, ese tono menor, bajito o calladete, como el de Inés Arrimadas en las entrevistas de estos días, si me la está usted metiendo doblada y por varios sitios. Porque en España, hoy, por estas circunstancias del covid y también por otras que venimos arrastrando, hablar de política es estar hablando a vida o muerte, y las falsedades matan. Y ese ruido sordo y fantasmal que nos enturbia el ánimo y las ganas de seguir sabiendo, ahora nos hace cruzar la actualidad con un deseo interior de incorporar a nuestra información esos mismos tapones de cera con los que Odiseo -o Ulises- ordenó a sus guerreros cubrirse los oídos. Buscaba así librarlos de escuchar ese canto fatídico de unas sirenas mucho más terribles de lo que después se las ha representado, con plumaje y garras aguileñas y una belleza pura sobre el rostro, pero con una música siniestra que luego te enfrentaba con tu desesperación, hasta hacerte chocar y hundirte entre las rocas.

Hace tiempo ya que, políticamente, estamos más que hundidos entre los arrecifes, y no parece que haya solución a la vista. Creo que sigue habiendo dos Españas, pero no las que suelen mencionarse: está la España de los convencidos, los que miran la vida con el carné o con la ideología entre los dientes y alaban siempre al líder o al partido, a la coalición o a lo que sea, al engendro viviente, sin tener en cuenta la espiral de mentiras y de contradicciones, empezando por el presidente que afirmó que no dormiría tranquilo si presidiera un Gobierno que es exactamente el que preside, y llegando hasta el finalmente vodevil murciano entre Ciudadanos y PSOE, pasando por el caballo encabritado de falsedad cínica del independentismo. Pero luego está la otra España, la que trata de valorar aquí y allá lo que le parece bien o mal, con su ideología de uno u otro lado, pero sin sentirse rehén ni esclava de su voto anterior. Es decir: la masa crítica que asiste estupefacta a este barullo mientras aún vivimos bajo el peso de cientos de muertos diarios.

Estar hasta los cojones, como Fran Carrillo, es estar en el mundo y en la vida, porque ya no es posible estarlo de otro modo. Puede ser que este diputado cordobés de Ciudadanos en el Parlamento andaluz ya ande vislumbrando un futuro próximo, y que esté en otras filas. Pero más allá de que Estanislao Figueras haya tenido su momento trending topic 148 años después de su presidencia de la Primera República, cuando Fran Carrillo soltó que «Estoy hasta los cojones de todos nosotros» estaba expresando esa razón pública que con más nervio y verdad ya se encuentra instalada en nuestros oídos de remeros hacia la Ítaca perdida de la tranquilidad social. «Damos vergüenza. Hoy han muerto decenas de personas y estamos con mociones de censura y conchabeos», remató, apuntando a Andalucía en oleaje, aunque hablara de ese rompeolas de Madrid agitado desde Murcia para nada. Pues sí: entre unos y otros, todos nos damos pena.

Sin embargo, esta afirmación de Fran Carrillo, estos cojones nada testosterónicos ni heteropatriarcales puestos sobre la mesa del parlamentarismo andaluz y español, han hecho posible un aire breve de oxigenación, como los marineros de Odiseo, al dejar atrás a las acechantes sirenas y su canto, al liberar de nuevo sus oídos y escuchar esa brisa legítima del mar. No es que sea legítimo, sino que la única actitud moral que se me ocurre ahora mismo es estar hasta los cojones. Porque unes al desenlace folletinesco de la crisis murciana los cierres perimetrales y unas contradicciones que el propio Fernando Simón admite no entender -aunque qué va a decir él, que se lo ha tragado todo, que hace un año dijo lo que dijo de las mascarillas que no servían y los muertos que no iba a haber y ahí sigue, encogido de hombros ante la muerte ajena, con su tono apacible de tío buena gente salvándolo del fuego-, y es para estar incluso más allá de lo que ha dicho Fran Carrillo. En fin, sigamos sin tapones, por mucho que nos rujan las sirenas. H