Es un poco cansado que ya todo sea objeto de polarización. No de politización, que podría ser otra cosa, sino de ese conato febril de enfrentamiento que nos arde en los ojos o que foguea en algunos. En esta vida se puede casi todo, menos pesado. Cuando logras librarse de un pesado -o pesada- y sacarlo al fin de su existencia, se produce la liberación. Esa cacatúa que taladra los tímpanos, que te llega más hondo al cerebelo que la varilla de la PCR y remueve tus últimas metáforas. Ese coñazo. Pues ahora, en nuestra vida política, todo lo es, porque todo es digno de ser polarizado como una riña a golpes con las ideologías como máscaras que ya nadie se cree. Cuánta pesadez. Y, mientras, las palabras también se van gastando, porque la pesadez las adelgaza, las vacía, las cansa. Y ahora los niñatos van quemando calles en nombre de la libertad de expresión y contra el fascismo. Criaturas, la libertad de expresión podríamos comentarla, y si os admitieran en primero de derecho os podrían explicar que todos los derechos se legitiman en sus límites, y uno de los límites de la libertad de expresión es la apología del terrorismo. Pero es que ya esa palabra, legitimación, es para vosotros un obstáculo. Lo sé, soy consciente. Pero contra qué fascismo de chichinabo os levantáis, si podéis arrasar las calles y fachadas sin que os salgan al paso más que unas cuantas cargas policiales. Los que os están azuzando, manejando, igual que a una jauría de perros amaestrados, saben perfectamente que las garantías democráticas, que en España sí existen, son las que les permiten animaros a reventar la noche sin que nadie los meta en la cárcel como instigadores. Porque una cosa es que esta democracia sea imperfecta, que lo es, y otra muy distinta que no sea. Pero la corrosión les va bien. Lo pesado de volver tan pesados los temas es que se van colando cada día muchas falsedades que pasan por verdad, y una a una hay que desmontarlas, razonadamente, para poder vivir.

* Escritor