El enemigo lo tenemos dentro, y no es el virus. Porque el virus es una circunstancia, y el enemigo es otro: el que se rige por su voluntad. El enemigo tiene un rostro colectivo, podemos encararlo y hasta ponerle nombre: está representado en todos esos vídeos de fiestas ilegales. Las restricciones horarias se están cebando injustamente con la hostelería, pero el enemigo no está ahí, o no del todo. Como no lo está en el teatro. Como no lo está en las librerías. Nada menos que 100.000 bares y restaurantes españoles no volverán a abrir después de la pandemia; pero los culpables no son ellos, que en su gran mayoría han ido cumpliendo cuidadosamente con todas las medidas que se superponían, entre hidrogeles continuos, mamparas y distancias. Es una tragedia silenciosa y una gran injusticia que todos estos negocios, con un tejido de riqueza que ha alimentado a miles de familias españolas, se esté mandando a la mierda por la irresponsabilidad de alguna gente. Que no es tanta, en relación con la totalidad de quienes sí están cumpliendo las medidas; pero sí es la suficiente para ponernos a todos en peligro.

El vídeo de la sala Barceló, con toda esa gentuza juvenil con copa y salto en ristre, bailando como si no existiera el mañana, es un homicidio colectivo. Pero no imprudente solamente, sino doloso: porque ya todo el mundo sabe, quiera creerlo o no, que este virus mata y se transmite con todas esas cosas que se hacen en una discoteca. Pero lo mejor de la sala Barceló ha sido la respuesta de los responsables del local: tras extenderse el vídeo con la muchachada homicida y capullona bailando sin respetar la distancia, y por supuesto sin mascarillas, cuando ya íbamos camino de los 1.000 casos por cada 100.000 habitantes, desde la sala Barceló aseguran que fue un hecho «puntual y extraordinario». Hombre, encima de ponernos en peligro no tengas la jeta de insultarnos. Porque con un plan que, al parecer, consiste en pagar 125 pavos por cabeza, y una botella en la mesa para seis, anda y vete a otro con el cuento de que esto ha sido un hecho puntual. Y no era un grupo aislado: era en toda la sala, a la que no me da la gana de llamar por su nombre mercantil, Teatro Barceló, porque no lo merece. Porque entras en cualquier teatro madrileño y se te caen las lágrimas con todas sus precauciones. Y sin embargo, los teatros, como la restauración, están heridos de muerte por estos miserables, que encima nos toman por imbéciles, porque seguramente podrán seguir igual que hasta ahora mismo.

No son los únicos: cada fin de semana, cientos de fiestas ilegales en España. Y ves a los agentes, en varias ocasiones, esperando a que salgan, tomándoles los datos ya por la mañana, y luego cada fiestero con su resaca a casa. ¿Multas? Imaginamos que las habrá. Pero con estas multas por las infracciones homicidas pasa lo mismo que con los muertos en los hospitales: que siempre nos parece que no existen, porque nunca los vemos, porque se nos niega esa certeza sobre la información. Y eso por no hablar de esos pocos miles de muertos que a Fernando Simón se le han quedado perdidos «por ahí», o de que, desde el Gobierno, aún se siga hablando de 57.000 fallecidos oficiales, cuando sabemos por el INE que ya vamos por 80.000. ¿Pero qué es lo que pasa con las multas?

Se está aplicando el artículo 36.6 de la ley mordaza, que considera infracción grave la desobediencia o resistencia a la autoridad. Y la ley 4/1981, que regula los estados de alarma, establece que las sanciones que hayan sido impuestas durante esos períodos deben archivarse si, al acabar, no han sido ejecutadas. Si las multas en un estado de alarma sólo son vigentes mientras dura, las que no se hayan tramitado se quedan sin cobrar, y aquí no pasa nada. O si pasa, es muy poco. Por ejemplo: en Cataluña se han cobrado el 7,7% de las sanciones: 7.000 de las 90.000 impuestas por los cuerpos policiales. Es la banalización del dolor, junto a la impunidad mantenida por una autoridad que no la corta.

A falta de conciencia de aquellos que revientan la salud y la economía, falta unidad de criterio en la penalización y voluntad política para agilizarla. Falta iniciativa, dureza y contundencia en el Gobierno para que se sepa que, si decides pisar la salud ajena, la multa va a arruinarte a ti y a tu familia, como se arruinan los demás. Porque la fiesta y la muerte siguen. Esto es duro para todos; pero no es el virus, sino esta gente, y los que no les cortan la fiesta de una vez, quienes nos siguen matando desde dentro.

* Escritor