Hay un cuento de Asimov, creo que ‘The Dead Past’, en el que los científicos están tan especializados y alumbran trabajos tan ininteligibles que existe la profesión de escritor científico, que edita y pule el manuscrito y las conclusiones hasta convertirlo en algo que se pueda leer. Es una lectura que recuerdo, o me recuerdan, con frecuencia. Hay profesionales que subcontratan a terceros para que realicen lo que se supone que es su talento, como los políticos que no escriben sus discursos y leen o memorizan los argumentarios preparados por el lacayo del lacayo (que a saber dónde hará controlcé) y las intervenciones escritas por periodistas y publicistas o políticos secretos. Si el que sabe es otro, ¿por qué no es el político el otro? ¿No parece razonable, por decoro y rentabilidad, que desempeñe el cargo el que no necesite mil cuidados y dorados de píldora permanentes?

Y sin embargo en ocasiones, cuando el que tiene un talento no tiene por qué tener otro adicional, vendría francamente bien un lazarillo. Pasa con alguna gente con talento como con los guapos que confunden su belleza personal con su inteligencia: que por hacer bien una cosa se convencen de que hacen bien las demás, en particular las aparentemente conectadas a su talento real. Aquí urge un lazarillo personal que evite ponerse en ridículo. ¿Por qué un escritor, o un poeta, tienen que leer en público sus cosas cuando no saben leer? Bastante tiene un escritor con ser escritor por escrito. ¿Por qué un cocinero se ve en la obligación de perorar sobre estética y metafísica? ¿Por qué un pobre futbolista tiene que ponerse a hacer filosofía del deporte cuando lo que le apetecerá al hombre es ducharse? Aquí los lazarillos del talento vendrían fabulosamente bien. Por ejemplo. Usted es un erudito, pero no sabría enseñar a un mono a comer plátanos: ¡lazarillo docente, que explique por usted! Yo tuve un profesor que, cuando nos oía acertar de pleno, nos interrumpía inmediatamente. «Lo que digáis después va a ser para empañar el brillo». ¿Por qué empañar el brillo que se pueda tener en vez de que nuestro lazarillo lo alimente?

No habría que confundir el lazarillo con subcontratar. No se trata de que alguien haga por nosotros lo que es nuestro deber. Se trata de no lanzarse a hacer lo que no se sabe confiando en que ese conocimiento es un satélite, una consecuencia de otro que sí se tiene. Hay gente que haga lo que haga no se estrella, pero son anomalías. Lo normal es hundirse en cuanto uno sale de sus 12 millas de mar territorial.

Si no se quieren lazarillos, para el particular caso de las lecturas públicas y presentaciones de libros yo propongo dos enmiendas. Una: que si se trata de piezas breves -pongamos dos o tres poemas escogidos- se haga el esfuerzo de no leerlos. Apréndase usted su poema de memoria, que es señal de que está escrito con afinación. Es aplicable lo mismo a conferencias y clases magistrales. Dos: si va a leer, aprenda a leer. ¡Mire, mire a su lazarillo venteando en otra dirección!

* Abogado