Uno de los últimos eventos que organizó Diario CÓRDOBA al finalizar el año 2019, prácticamente ya metidos en Navidad, fue la presentación de un libro con los 50 años de historia de la Empresa Municipal de Aguas de Córdoba (Emacsa). Como maestro de ceremonias se me ocurrió clausurar el acto con una parodia del inmortal gags que protagonizaron los inimitables Tip y Coll con el que explicaban en español y en francés los tiempos para verter el agua de una jarra a un vaso. «La seriedad es el pecado original del mundo», dijo el escritor británico Oscar Wilde. La improvisada performance la rematé con un brindis por el 2020 que se avecinaba. Y como no podía ser de otro modo, alcé la copa llena de agua de grifo, de Emacsa, por supuesto, y pedí para todos, presentes y no, mis mejores deseos para el nuevo año. Al alcalde de Córdoba, José María Bellido, le faltó tiempo para, en el mismo escenario, recordar el malfario que dice la tradición que suele acarrear el brindis cuando es con agua en lugar de con licores o con bebidas espirituosas...

No he parado de darle vueltas en la cabeza a lo largo del 2020 a aquel brindis. No, no se crean, no soy supersticioso. Digo como Carlos Sainz: «No soy supersticioso, pero los gatos negros no me han gustado nunca». Cuenta la mitología que los antiguos griegos brindaban con agua cuando un ser querido moría, se trataba de una especie de homenaje al río Lete, por donde se creía que los difuntos navegaban hacia el inframundo. Pero nunca he creído en esas leyendas. Tampoco en los Nostradamus de cada 31 de diciembre, las profecías mayas o las de las tribus ocultas que nunca vislumbran nada bueno, sin ir más lejos para los años con dobles dígitos, un efecto que sólo se ha dado en once ocasiones desde el año 1 a.C. (años 1010, 1111, 1212, 1313, 1414, 1515, 1616, 1717, 1818, 1919, 2020). La última vez, por ejemplo, el 5 de enero de 1919 se fundó el Partido Alemán de los Trabajadores (DAP), al que en ese mismo año se afilió un tal Adolf Hitler, y lo que sucedió a continuación no es necesario que se lo recuerde al lector.

Hasta aquí la anécdota, ahora llega mi retrato de la realidad.

En unas horas, más que dar la bienvenida al año 2021 vamos a celebrar que este infame 2020 pasa página. La humanidad no había sufrido una crisis pandémica de la magnitud que la que nos ha traído el covid-19 desde aquella nueva peste negra que castigó al mundo entre 1885 y 1920 y dejó más de 12 millones de víctimas mortales. España también pasó entre 1918 y 1920 por un ataque del virus de la gripe que certificó 8 millones de infectados y más de 300.000 muertes. Se esperaba que de aquellas necrológicas vivencias la sociedad hubiese sacado alguna conclusión. La experiencia es la madre de toda la sabiduría. Sin embargo, los hechos le han dado la razón a Benjamin Franklin. Apréndase esta lapidaria del inventor del pararrayos: «La experiencia mantiene una escuela, pero los tontos aprenderán de otra». No nos aprendimos la lección adecuada.

En el mes de marzo, cuando la sociedad confinada se citaba en los balcones a las 8 de la tarde para animar con aplausos al personal sanitario y a las fuerzas de seguridad que se afanaban en doblegar a un virus del que poco se sabía salvo su poderoso efecto transmisor --con el cansino Resistiré de Manuel de la Calva y Ramón Arcusa (el incombustible Dúo Dinámico) de fondo--, nos aprendimos un mantra que repetía: «De esta vamos a salir más unidos». Nos preguntábamos de terraza en terraza: «¿Cómo lo ves?»; «De esta saldremos más unidos», nos consolábamos, y seguíamos con nuestras salvas de palmas. Pero no habíamos atravesado ni siquiera el umbral de lo que se vino a llamar la desescalada cuando a la consigna ya le habían aparecido como eccemas unos signos de interrogación. Entonces, ya bufando bajo mascarillas en la hora del paseo para nuestro segmento de edad, cuando nos volvían a preguntar «¿cómo lo ves?», la respuesta pasó a ser: «¿No íbamos a salir más unidos?». Mal camino si se empieza con certezas y se acaba con dudas; porque son las dudas las que deben conducir a las certezas.

Más allá de los terraplanistas que han aflorado sin rubor de sus palabras, de nuevo la pandemia ha sacado a flote la bipolaridad que este país lleva tatuada en el pecho, las inmortales dos Españas de Antonio Machado. La España del blanco y la del negro. La que ha hecho de la discusión rutina. La que tiene en la crispación su metadona diaria. La que no descansa hasta que no ve vencedores y vencidos. Porque el covid en estos más de 8 meses ha sido y es el caldo de cultivo de la permanente bronca parlamentaria y urbana, de los caminos cruzados entre partidos y administraciones en función de su color político, de caceroladas en Núñez de Balboa, del mal ejemplo de cómo nunca se van a encontrar espacios comunes. Ni siquiera una enfermedad que lleva camino de alcanzar la cifra de 50.000 fallecidos (unos 20.000 más si se le añade el escrutinio del INE) ha sido capaz de llevar a este país hacia acuerdos que en España parecen imposibles. En unos días, la vacuna de los laboratorios Pfizer, Moderna o AstraZeneca nos va a proporcionar el salvo conducto de la inmunidad frente al coronavirus, y poco a poco empezaremos a notar en nuestros hábitos de vida una mayor relajación en las restricciones por el efecto de lo que se ha venido a llamar la protección del rebaño, pero la herida va a seguir supurando durante no se sabe cuánto. Si los líderes sociales no han sido capaces de ponerse ni de ponernos de acuerdo durante el proceso de cura, si han sido más las veces que hemos visto levantar el dedo antes que tender la mano, ¿cómo vamos a confiar ahora en que las medidas para contener las graves consecuencias económicas habidas y por venir van a llegar del brazo del consenso...?

Y así alcanzamos de nuevo al día de los brindis. Que esta vez si lo he de hacer con agua será con aguardiente de Rute. Siempre hay una ocasión para brindar. En Casablanca, Ilsa Lund (Ingrid Bergman) y Rick Blaine (Humpfrey Bogart) chocaban dos copas de champagne con Sam recogiendo el piano y las bombas alemanas sonando de fondo. «El mundo se derrumba y nosotros nos enamoramos», susurraban. Un brindis antológico que marcó el comienzo del fin. Yo brindo por el fin de esta pesadilla.

*Redactor jefe