Al leer, día tras día, las noticias sobre la proliferación, en medio de la actual pandemia, de los botellones, corresponsables de esos rebrotes que amenazan con paralizar una vez más al país, he tenido una sensación comparable en cierto modo a la rabia que expresó, en tan famoso como polémico poema. el italiano Pier Paolo Pasolini hacia aquellos jóvenes del mayo estudiantil del 68 a los que acusó de descargar ciegamente su violencia sobre las fuerzas del orden.

«Sois miedosos, indecisos, desesperanzados (¡estupendo!), pero sabéis también ser prepotentes, chantajistas e inmutables», escribió el poeta, narrador y cineasta italiano en un poema titulado Il PCI (Partido Comunista Italiano) a los jóvenes , en el que, al abordar los disturbios estallados cerca de la Facultad de Arquitectura de la Universidad de Roma, tomó claramente la defensa de los policías, hijos de obreros y campesinos, frente a los «hijos de papá» que eran, en la mayoría de los casos, los revoltosos.

Al leer, repito, las informaciones sobre lo que de un tiempo a esta parte sucede en este país, no he podido evitar pensar en aquel poema de Pasolini aunque las circunstancias sean evidentemente distintas. Lo que hoy uno se siente muchas veces tentado a reprochar a tantos de nuestros jóvenes no es la violencia sino su falta de responsabilidad, su incapacidad para renunciar, aunque sea provisionalmente, al goce inmediato al que creen tener en todo momento derecho.

«¿No podéis dejar al menos para la próxima temporada esas reuniones callejeras dedicadas al consumo indiscriminado de alcohol y en las que se grita y berrea para enojo, por cierto, de tantos pacíficos vecinos que trabajan y tienen a su vez derecho al descanso de fin de semana? ¿No sois capaces de aplazar vuestras ansias de diversión, no podéis renunciar tampoco, aunque sea solo por un verano, a las discotecas?», le gustaría a uno preguntarles a los infractores.

«¿No se os ocurre un momento pensar que con vuestro incivil comportamiento, sin guardar las distancias recomendadas y muchas veces sin máscaras porque impiden el trago continuo, estáis contribuyendo a la propagación del dichoso virus, que tal vez terminaréis llevando a vuestras casas, poniendo así en peligro a vuestros mayores, a cuya costa muchas veces vivís porque, por desgracia, no tenéis trabajo?».

Y, sin embargo, hay algo que le dice a uno que no debería ser tan severo con los jóvenes porque no todos son igual de irresponsables, sino que los hay - y son muchos más- generosos y comprometidos. Y porque, con un futuro tan incierto como el que se les presenta a todos, resulta hasta cierto punto entendible la despreocupación de muchos, ese vivir al día como si no hubiese un mañana.

Quienes hoy no son ya tan jóvenes y tienen entre treinta y cuarenta años han visto sus vidas marcadas por dos crisis: la económica-financiera del 2008 y la actual del coronavirus, cuyas repercusiones económicas amenazan con ser incluso más tremendas que las de aquella. En la primera, muchos perdieron el trabajo. El desempleo entre los que tenían entonces entre veinte y veinticuatro años se mantuvo durante años en niveles próximos al 50 por ciento.

Tras una ligera y engañosa recuperación, vuelve ahora, con esta pandemia, a pasar lo mismo: en los tres últimos meses se calcula que 390.000 españoles de entre veinte y treinta y cuatro años han sido despedidos por sus empresas. La OCDE pronostica para el país una caída del PIB del orden del 11,1 por ciento con respecto al año anterior, aproximadamente el doble que en Alemania.

España es el farolillo rojo de la lista europea de ocupación juvenil y las perspectivas son desastrosas por la caída drástica del turismo internacional como consecuencia de las medidas adoptadas, muchas veces tarde y mal, por los gobiernos para intentar frenar la epidemia.

¿Por qué no han sido capaces nuestra autoridades de advertirles desde el primer momento a los jóvenes de que debían ser especialmente cuidadosos porque, aunque no presentaran síntomas tras un eventual contagio, podían poner en peligro con su comportamiento no solo la salud de sus mayores, sino también la recuperación económica, de la que depende su propio futuro? Pero sobre todo ¿por qué se permitió que siguieran abiertas, como si nada, las discotecas? ¿No era por sí solo una invitación a la irresponsabilidad?

Pero ¿qué decir, por otro lado, de esos cientos de personas, no todas, ni mucho menos, jóvenes, que se manifestaron el domingo en la madrileña plaza de Colón - ¿dónde si no?- , para negar, remedando a los negacionistas de otros lugares, la existencia de una pandemia, en la que solo ven una conspiración planetaria para controlar a la población? H