La tragedia que ha manchado y sigue mancillando nuestras vidas ha hecho que el tiempo se detenga y aquellos valores en que creía como camino hacia futuros inciertos, pero previsible, se hayan desmoronado como un castillo de naipes, o como aquella fortaleza que en mi niñez construí pacientemente una mañana de verano en la arena de la playa, al borde de la orilla, y que la primera ola de la pleamar arrasó sin piedad, no dejando resto alguno de tanto esmero y esfuerzo. El tiempo se ha detenido aún más en esta Córdoba silenciosa y dócil, que sigue convencida de que los problemas se solucionan guardados en el cajón de los proyectos olvidados. Ajena a una situación verdaderamente dramática cuando más que nunca hace falta que se ponga a andar un proyecto de ciudad para estos tiempos difíciles, con la aportación e implicación de todas las fuerzas vivas, ya sean políticas o pertenecientes a la sociedad civil, sin exclusión de nadie. Y cuando digo todos, son todos, sin que se margine a nadie, sea del signo que sea, siempre que esté comprometido con ese proyecto de ciudad, tan prometido y fracasado antes de su inicio, en un racimo de buenas intenciones desparramadas por el suelo. Como decía mi maestro, música y armas al hombro. En estos días de calor asfixiante, con la pandemia campando a su aire, nadie estorba, y los trabajos colectivos y pactados se hacen imprescindibles, con un espíritu de generosidad que ha brillado por su ausencia en los últimos cuarenta años, y dejar atrás el lastre de ese protagonismo provinciano que tanto daño nos ha venido haciendo y que ha provocado un retraso histórico, vacío de contenido, como un huevo huero, sin presente ni futuro, porque el otoño lo tenemos en la puerta de la casa: un monstruo sanitario y económico de imprevisibles consecuencias, que galopa dejando un reguero de muerte y miseria.

Por desgracia, una vez más, creo que es pregonar en el desierto, de una ciudad, ajena al devenir de los tiempos, sorda y muda, salvo su grupo de palmeros, sin cintura política, empresarial y social de aquellos que tienen los medios para gobernar en sus diferentes sectores. En Zambia hay un eslogan, ideario, compromiso colectivo, que inspira a los ciudadanos a cogerse de las manos y, marcando las diferencias, procuran estar conectados permanentemente, para que nunca se les olvide que todos son uno, porque trabajando unidos por una Córdoba rebelde y animosa lograremos afrontar esta tragedia colectiva con más posibilidades de éxito, ya que si tropezamos en el camino siempre habrá alguien que nos extienda sus manos para levantarnos sin moneda de cambio. Tenemos que arrinconar a los listillos, demasiado frecuentes en estos lares, tal como magistralmente los definió Pio Baroja en la Feria de los Discretos. Al estar conectados, y sentirnos parte insustituible del colectivo de ciudad, engrandeceremos el alma y el espíritu de tribu, en aquellos sentimientos ancestrales cuando fuimos chimpacés, o monos desnudos, y el grupo repartía el botín de la cacería equitativamente, garantizando su supervivencia.

Algo de esto hemos aprendido desde mitad de marzo. Atónitos ante tanto disparate político y apatía culpable de nuestros representantes y gobernantes. Que han dejado mucho que desear. Córdoba ya tiene que empezar a andar. Con el ánimo y predisposición del tujatane . Y en esa ilusión trabajamos en el Grupo Iniciativa 20-30, al que tengo el honor de pertenecer, aunque no nos escuchen quienes están obligados a hacerlo.