Si la velocidad del cambio tecnológico es tan endiablada, que gran parte de los que tuvieron que dejar a la carrera la oficina a causa del enclaustramiento por el covid-19 no volverá ya a su anterior asiento, y si como se nos anuncia el salto cuántico (velocidad de 100 a 1.000.000 de km/hora) es cuestión de pocas décadas, ¿cómo puede extrañarnos de que la ruina europea (ruptura) pueda estar próxima?

La derrota de Nadia Calviño en la votación de ministros para la presidencia del Eurogrupo (el poderoso Consejo Europeo de Ministros de economía), más allá de ser un considerable varapalo personal y un revés político para el gobierno de España (estaba tan esperanzado y se contaba tantos cuentos de la vieja), es un enorme jarro de agua fría para la delicada y muy difícil recuperación política y social europea.

Porque la perdedora ha sido la vicepresidencia del gobierno de España, y se dolerá, y el gobierno de Sánchez habrá de aguantar un nuevo chaparrón tremendista de la oposición doméstica, pero el rejón político hincado por los conservadores penetra por primera vez y de tal manera que hiere a Alemania, Francia y otras grandes naciones europeas que nunca antes habían perdido una propuesta apoyada por ellas y elevada a votación en cualesquier institución europea.

Como reiteran las crónicas de los buenos corresponsales en Bruselas, los países pequeños -esos que rara vez miran al interés comunitario- han derrotado a los grandes, sin que estemos hablando de fútbol o baloncesto. Frenan, y puede que paralicen o desnaturalicen, una iniciativa política que pretendía sacar a la Unión Europea de la crisis provocada por la pandemia del covid-19 de una manera más social, menos cruel para los grandes perdedores de la tragedia sanitaria y sus gravísimas consecuencias económicas y de empleo.

El cambio de voto de una nación, que comunicó su decisión de apoyar a la vicepresidenta española -según ha revelado la propia Nadia Calviño- ha sido suficiente para que se replanteen una vez más las políticas más generosas en ayuda a empresas y trabajadores apoyadas, entre otros, por el FMI y BCE y animadas por Alemania, Francia, Francia, Italia, España y otros países.

Es de suponer que Trump estará encantado y también Putin; ambos reaparecerán muy pronto para celebrarlo y hurgar aún más en la herida. Porque detener el lento camino de la Europa que aspira a constituirse en una federación cooperativa de estados, solo beneficia el interés de estos dos políticos y acaso a China, pero bien poco a esos países (en concreto a ese país que cambió de voto vaya usted a saber porque, aunque a buen seguro se investigan los motivos desde diversas instancias) que no tienen más ambición y proyecto que el menguado interés del miope político que quiere ahorrarse un puñado de euros. Un ahorro que puede -ojalá no llegue a ocurrir nunca- que lo haga más ciego, más pobre y más dependiente. Porque como leemos en la excelente crónica de Nacho Alarcón en El confidencial: «Es una muestra de la profunda división que existe en el grupo y que ha hecho imposible durante los últimos dos años y medio avanzar en dosieres que resultaban clave para la arquitectura de la moneda única. El resultado muestra que esa coalición de países dispuestos a frenar la agenda es sólida, y que durante los próximos años seguirá marcando el ritmo. Un voto por Calviño era un voto por inyectar ambición a la reforma de la zona euro. Un voto por Donhoe, lo contrario».

* Periodista