Se cumple el día 10 del próximo mes de agosto el vigésimo aniversario de la partida hacia su particular jardín público de Joaquín Martínez Björkman (Córdoba, 1928-2000). Abogado, senador y secretario de la Mesa del Senado en las últimas Constituyentes, fue miembro también de esa Cámara durante las legislaturas I a V. En esta última formó parte de la Comisión de Justicia, de la Comisión Especial de Contenidos Televisivos o de las Comisiones Mixtas para el Estudio del Problema de la Droga o de Investigación Científica y Desarrollo Tecnológico, entre otras.

Durante su periodo de permanencia en el Senado, imprimió en esa Cámara el sello de su inconfundible personalidad. Cuando llegó a ella, ya se había labrado como abogado un lugar propio en el panorama nacional, lo que le permitió proyectar en su labor parlamentaria la experiencia acumulada como letrado de prestigio en los tribunales de Orden Público y en diferentes Audiencias. Jugó también un papel destacado en el mundo de la cultura, dado su irrefrenable amor a los libros y al teatro. Esta última labor la desarrolló de un modo especial en Andalucía, cuyas desigualdades seculares exacerbaron su sentimiento de rebeldía, el cual le acompañó hasta que la muerte le arrebató de entre nosotros, hace ya veinte años. Aún recuerdo con emoción aquél viernes 11 de agosto en el que, bajo un sol de justicia, un grupo de amigos y familiares cargamos su cuerpo sobre nuestros hombros en el cementerio de San Rafael. No hay día del año en el que, por una u otra causa, no lo tenga presente en mis pensamientos, especialmente en estos meses del estío que a los dos nos gustaba pasar en Córdoba, y en el transcurso de los cuales trabajábamos sobre los diferentes proyectos que nos ocuparían el curso político siguiente. Por ello él vive aún en mí y en otros amigos y colaboradores, quienes evocamos con frecuencia su figura; y más aún ahora, cuando la clase política, por su mediocridad, tanto deja que desear y, de forma particular, la formada por aquellos correligionarios suyos que aún siguen llamándose socialistas.

No sé lo que pensaría mi querido amigo en estos tiempos convulsos sobre la praxis política que utilizan a menudo estos compañeros de partido en contra de sus adversarios. Pues él sí fue un socialista de verdad que, sin tratar de destruir al adversario, entregó su talento a la sociedad española, a la andaluza y, de un modo particular, a la cordobesa. Y todo ello en los años difíciles de la dictadura y, luego, de la transición a la democracia de aquel régimen del 78 tan denostado hoy por los izquierdistas de algunas formaciones, y por compañeros del propio PSOE, tan irreconocible en algunos de los postulados que hoy mantiene. Lo hizo siempre, además, sin pedir nada a cambio. Prueba de ello es que cuando dejó la política, debido a las malas artes de algunos compañeros, volvió a su profesión de siempre: la de abogado de los pobres, de los más débiles, de los que jamás poseerían nada en la vida, a fin de continuar luchando por causas justas y dar voz a quienes aún no la tenían en una ciudad como la nuestra, a la cual amó con locura y que acabó por rendirse a su inteligencia, voluntad, y coraje; y todo ello pese a lo ingrata que en algunos momentos de su vida fuera la reacción de dicha ciudad hacia su figura. Toda una vida dedicada a la ciudadanía, así como al mundo de la cultura. Fue ejemplo de entrega y de tolerancia mientras vivió; de ahí su reconocimiento institucional al fallecer mediante la entrega de su más distinguida medalla por parte de la Cámara Alta. Aún recuerdo con viveza dicho acto, celebrado a título póstumo en el Salón de los Pasos Perdidos de Madrid, al que tuve el honor de asistir invitado por la Presidencia del Senado.

Seguro que de estar aún con nosotros emitiría su certera opinión acerca de los acontecimientos políticos más relevantes de los últimos tiempos: el problema con Cataluña, el modo de abordar la actual crisis sanitaria y económica, la situación de la justicia en España, el futuro del socialismo en Europa, el devenir de los derechos humanos en el mundo, etc. Sobre algunos de estos temas, me parece escuchar la genial aportación con la que habría aclarado cualquier punto en litigio, tan seguro estoy de poder adivinar las que habrían sudo sus aseveraciones; de otros, tal vez no lo esté tanto; aún así, me arriesgaría a expresar algo acerca de su siempre sopesado parecer, atento en todo momento al sentir de la ciudadanía y en pro de los derechos humanos: ya fuera denunciando los crecientes recortes en la economía, visitando a los presos, o alzando su voz para dársela a quienes no la tenían en su lucha a favor del hombre y de su dignidad. Seguro que a él le habrían preocupado algunos acontecimientos recientemente vividos, y que sus comentarios no siempre políticamente correctos habrían descalificado a personas que ocupan hoy cargos en las más altas magistraturas del Estado.

* Catedrático