Los defensores de la moral de Sánchez debieran de montar un club como el de la protección del lince ibérico, salvando las distancias de nobleza y verdad. Este hombre tiene un único valor: la persistencia. Es un hombre tenaz. Alguien que se ata a su destino y está dispuesto a negarse la palabra a sí mismo con tanta parsimonia como impavidez. Un día, cuando todavía no había nerviosismos de colchón de por medio, preguntaron a Pablo Iglesias por Pedro Sánchez en una entrevista televisiva: concretamente, se refirieron a su falta de empatía personal en las negociaciones, por una supuesta dificultad para tejer una cercanía o una pretensión de calidez. Iglesias respondió: «Es así». Hay algo mecánico en Sánchez, un algo de androide salido del cajón que de pronto ha sentido una conciencia propia. Podría decirse de Sánchez que no ha sido un invento de sí mismo, sino de las circunstancias. Un político así solo puede salir en un escenario muy peculiar, es decir: desde la depauperación del sistema y de las exigencias a nuestros gobernantes.

Ya veo salir a esa procesionaria de comisarios políticos para apostillar que los anteriores presidentes también han sido hijos de un escenario en descomposición: pues no, o no en estos términos. Porque los anteriores personajes siempre se han mantenido, de una manera u otra, para bien y para mal, fieles a sí mismos: Rajoy siempre ha sido Rajoy, incluso yéndose de paseo, andando rápido y pasando de todo en la pandemia, como Zapatero siempre ha sido Zapatero -ahora más que nunca, asesorando a Nicolás Maduro en la mayor crisis que ha vivido Venezuela, que alguna contraprestación estará recibiendo por tanto ir y venir- y Aznar ya no digamos, que es aznarismo en marcha con esos pies tejanos en la mesa de Bush, carácter y destino. Pero todos estos presidentes se han mantenido fieles a sí mismos, mientras que Sánchez, como mesías político, ha cambiado tantas veces una posición por la contraria que cualquier canto del gallo o cualquier rastreo por la red acerca de lo que dijo que nunca haría y ha terminado haciendo a manos llenas, se le queda pequeño. Pedro Sánchez, como nuevo dios del socialismo, no solo ha venido para refundar su religión y cambiarla por otra, que para el caso es lo mismo, sino que no necesita negar a nadie, porque tiene bastante con negarse a sí mismo. Y lo hace sin pudor, abiertamente, mirándonos a los ojos con profundidad, o con toda la profundidad con la que Pedro Sánchez puede mirar a una pantalla; pero sin empatía, moviendo mucho esas manos grandes de pívot pánfilo que pierde los rebotes, pero se pega al entrenador para regarle el oído hasta que el entrenador acaba siendo él, y entonces desmantela el equipo.

Más allá de que el estado de alarma sea un estado de excepción encubierto, que ya se ha demostrado eficaz para el freno de la pandemia, o de la sensación en marcha de improvisación de muchas de las medidas, aquí lo más criticable es que el Gobierno esté utilizando estas circunstancias tan dolorosamente excepcionales para tomar medidas que en circunstancias normales requerirían de un consenso parlamentario. Después de afirmar en una entrevista que jamás pactaría con Bildu, lo ha terminado haciendo. «¿Quiere usted que se lo diga cinco veces? Pues se lo digo cinco veces. Nunca pactaré con Bildu». Cinco o cinco mil, con Sánchez da lo mismo. Estamos a las puertas de nuestra mayor crisis económica desde el final de la guerra civil, Nadia Calviño dice por activa y pasiva que no es el momento de derogar la reforma laboral, y con nocturnidad y alevosía, Sánchez pacta directamente con Unidas Podemos y con Bildu. Más allá de que la medida sea discutible, el asunto es el cómo: aprovechándose de las circunstancias, de nuestra indefensión como ciudadanía secuestrada por su propio miedo y su prudencia. Pero lo más grave es el punto 2 del acuerdo: «Las entidades locales, forales y autonómicas dispondrán de mayor capacidad de gasto para políticas públicas destinadas a paliar los efectos sociales originados por la crisis del covid-19. Para las Entidades Locales, estos gastos en políticas sociales serán exceptuados del cómputo de la regla de gasto. La capacidad de endeudamiento de la Comunidad Autónoma Vasca y la Comunidad Foral de Navarra se establecerán exclusivamente en función de sus respectivas situaciones financieras». Mientras se carga la igualdad de los españoles, Sánchez ha renegado de sí mismo por enésima vez. Porque a diferencia de San Pedro, su límite no está en el canto del gallo.

* Escritor