El informe del FMI del pasado miércoles 15 sobre la España del covid-19 ( 8% de caída del PIB y más del 20% de desempleo este año) fue un duro estacazo. Hasta la ministra de Hacienda y portavoz, María Jesús Montero, tan curtida, horas después de la alarma intentaba explicarse todavía aturdida. Es probable que aguantara una enorme irritación por la noticia. «En medio de miles de muertos eso no se hace», podría haberse preguntado. Y sería explicable una reacción de este tenor. Pero resulta que cuando no hemos sofocado, ni mucho menos, el incendio ya nos preguntan qué vamos a hacer con las cenizas. Cuando no entendemos del todo bien qué nos está sucediendo, irrumpe el futuro con su punta de flecha envenenada. Como escribe el colega Iñigo Domínguez en El País: «Mejor que el futuro nos lo expliquen despacito».

El presente fue sorpresa y es dolor, pero de esas dos fuertes ramas del coronavirus brotan y se entrelazan en maraña multitud de alargues que despistan a todo el mundo. Porque desconocemos el número de fallecidos por causa del bicho al discutirse el método de conteo; ni el de infectados o limpios de contagio; ni si tendrá efectos sobre los demás el que hayamos estado infectados. Estamos muy agradecidos al personal sanitario, y todas las tarde le aplaudimos, pero al mismo tiempo menudean personas que dicen a la enfermera del 3B: «Bonita, por qué no te vas a la casa de tu madre mientras dure la pandemia». Y asuntos aún de rango filosófico: ¿por qué no exigir un carnet de que estas exento de virus?, ¿o de lo contrario?. Ahora --unos linces sus comerciales-- arrasan en las puertas de hospitales, centros comerciales, empresas de gran número de empleados, talleres y oficinas concurridas, unas máquinas que miden la temperatura al paso: 36,2, 36,4, 36,0, 36,8... «¿Pero 36,8 no se considera fiebre en según qué casos? ¿Porqué se les deja pasar?», se comenta en el grupito en corro extendido ante la máquina de café.

Habrá que recordar una vez más que lo importante es lo que ocurre ahora, que el futuro puede esperar. Si te enredas en sus vericuetos es probable que te atrape la fantasía o, peor, te deprima tanta oscuridad. El manejo aceptable del presente, aunque no siempre, prepara un futuro mejor. Por ejemplo, en los últimos días el señor Iglesias y los suyos en el gobierno presionan para que el ejecutivo apruebe y ponga en marcha de inmediato el ingreso mínimo vital, que sin duda puede ser un buen alivio para muchos desamparados. Sin embargo, es más urgente echar bien las cuentas, no tanto del número de personas que puede alcanzar y que cantidades, que es muy importante, sino confirmar si la hucha pública puede hacerse cargo ahora y en el futuro del pago. Porque es el momento de gastar todo lo que sea posible pues la necesidad es enorme («Y guardar las facturas también», como nos dice la presidenta del FMI, señora Georgieva), pero más perentorio es asegurar que mañana (el futuro) la hucha siga sumando ingresos. Los economistas explican este asunto de manera alambicada, mejor acudir a la parábola del pastor centenario: «Lo más importante es que las ovejas no atoconen la hierba porque en poco tiempo los prados acaban convertidos en desiertos: mala hierba, primero; calvas y terral, después, y al final todo polvo».

Nuestro presente debería de dar la mejor sepultura a nuestros muertos y echar bien las cuentas. Las ideologías extremas: todo para la empresa o todo para el trabajo, nunca dan buen resultado. ¿Estamos seguros de que esto es así o acaso no está del todo claro?

* Periodista