Ahora que alborea enero, regresa mi memoria a todo lo vivido el otoño pasado. Mi hijo y yo, transfigurados por unas jornadas en dos esforzados peregrinos, recorríamos el Camino Portugués a Santiago de Compostela. A la altura de As Gándaras, entre la rica vegetación de ribera del Louro, caminábamos llenos aún de brío hacia la villa de O Porriño, donde buscaríamos pernocta. Por delante nos aguardaban aún todas las etapas que, desde la vertiente meridional del Camino, conducen hasta Santiago: Arcade-Vilaboa, Pontevedra, Caldas de Rei, Padrón-Lestrove. Las castañas caían sobre el camino, y el bosque transmutaba sus sombras en una sinfonía de color, entre viñedos y arbolado. Atrás quedaba ya el inicio de nuestra ruta en la histórica villa de Tuy, una de las siete capitales de provincia del antiguo reino de Galicia, con su bello paseo fluvial sobre el Miño y un casco antiguo rico y recoleto. Destaca en él la Catedral románica de Santa María, edificación del siglo XII a la que se añadieron posteriormente, en sus diversas reformas, numerosos elementos góticos, y en cuyo claustro aún se percibe el sabor más auténtico del bajo medievo.

Paseando por el interior de su fábrica, nos sorprendió sobremanera el topar de bruces con los huesos de un paisano: un obispo cordobés, oriundo de Bujalance, con quien sin duda hubieron de mantener trato algunos de los más remotos ancestros maternos de mi hijo. Me refiero a don Diego de Torquemada y Toboso (Bujalance, 1524-Madrid, 1582), nacido de noble cuna en la casa solariega de la calle de san Pedro de dicha villa cordobesa, y quien durante 18 años rigió como obispo los destinos de Tuy, desde que en 1565 hiciera su entrada en esa diócesis. Con anterioridad había pasado por las universidades de Alcalá y de Salamanca, profesando en esta última como catedrático de teología; fue canónigo Magistral en la diócesis de Zamora; años más tarde, siendo electo como arzobispo de Sevilla y de Toledo, no tomó posesión de dichas archidiócesis debido al efecto provocado por diversos infundios que se propagaron sobre su persona. El mitrado bujalanceño, tras una fecunda labor pastoral en Tuy durante el reinado del rey Prudente, moriría de una apostema en el mes de diciembre de 1582 en el Real Convento de San Jerónimo de Madrid, cumplidos los 58 años de edad. Sus restos fueron trasladados primero a su ciudad natal, donde reposaron junto a los de su hermano Pedro, fallecido en 1583, en la capilla de la Concepción del Convento de San Francisco; más tarde, en 1597, pasaron a la Catedral tudense, donde había fundado una capilla con una pintura de Jesús Resucitado a costa de su propia hacienda.

Durante su pontificado gallego, reedificó en 1569 el primitivo hospital, fundado en 1181, y al que ya en 1441 los justicias de la ciudad habían donado unas rentas para, entre otras funciones, «soster e prover os Romeus et pelegrins que acoden de diversas partes do mundo, cada día viñan ao dito hospital». Monseñor Torquemada y Toboso, al dotar a este hospital y también al de los Lázaros de unas nuevas constituciones, prescribió que se dedicaran a «rescibir sean en el los pobres que pasaren y estando sanos no podrán más de un día y una noche, y si estuviere enfermo el tiempo que dure la enfermedad». Una nueva reforma del mismo la haría, ya en la centuria ilustrada, en 1756, el prelado don Juan Manuel Rodríguez Castañón, quien lo puso bajo la advocación de la Virgen del Pilar. Hoy dicho hospital medieval, que funcionó igualmente como albergue para asistir a forasteros y peregrinos, acoge el Museo de la diócesis de Tuy-Vigo. Los testimonios documentales certifican la presencia en él de un sinfín de peregrinos, muchos portugueses, pero también de otras nacionalidades del viejo Continente y, entre ellas, algunos procedentes de tierras italianas, de Francia, de Alemania o bien de Flandes.

En 1588, el referido prelado, quien aprendiera gramática y latinidad con los hijos del santo de Asís y con los rectores de la Asunción de Bujalance, sería quien publicaría en la diócesis tudense los decretos del Concilio de Trento, estableciéndose desde entonces en las parroquias la costumbre de llevar los libros de bautismo, casamiento y defunción. Él mismo así lo había determinado diez años antes, en el Sínodo y Constituciones de su obispado, que obran en el archivo de la Catedral de Tuy, y en las que ordenaba que se tuvieran los libros en las iglesias parroquiales, disponiendo que aquellos rectores que no cumplieran con lo ordenado pagaran 4 reales para la fábrica de la Catedral. Aprobó también diversas fundaciones y, entre ellas, en 1561, un monasterio de monjas bajo la Regla de San Benito, en la villa de As Guardas. Sin duda, un notable paisano al que hoy dedico este recuerdo, y cuyos restos mortales encontré para mi sorpresa en uno de los muchos vericuetos que jalonan el Camino Portugués a Santiago de Compostela.

* Catedrático