Hacía tiempo que deseaba conocer personalmente a este excelente cantaor autodidacta originario de Jerez de la Frontera. Por diversas causas, todas ellas azarosas, no había tenido aún la oportunidad de escucharle en vivo, si bien, gracias al favor de algunos amigos aficionados al cante jondo, conocía sus grabaciones y discografía más recientes, todas de la mayor calidad (Jerez sin Fronteras, obra auspiciada por el sello Gallo Azul; el álbum Añoranza, de la Bienal de Flamenco de Sevilla, con el acompañamiento, entre otros, de El Torta, Manuela Méndez y Miguel Poveda como artistas invitados, etc...). Al fin, el pasado 15 de junio, en Rivero de Posadas, se produjo el encuentro tan esperado; acudí allí en compañía de Paco Orta y de Francisco Aguayo, al llamado de la Peña Luis de Córdoba, sabiamente dirigida por una junta que preside Rafael Martín, y que ha sabido elevar su prestigio gracias a una dilatada y reconocida trayectoria de actividades flamencas, entre las que destacan las actuaciones de alto nivel que celebran a lo largo del año. Allí mismo, y en el marco de los recitales de la temporada en curso, tuvo lugar una magnífica sobremesa con las actuaciones de Jesús Ruiz Cabello, más conocido como Jesús Méndez (de la familia de los Méndez, y sobrino de quien fuera su buque insignia, la mítica Francisca Méndez Garrido La Paquera de Jerez) y la guitarra de Manuel Silveria, una de las mejores del momento, en el acompañamiento al cante y al baile. Sus acordes me evocaron en esa ocasión la magia y el corazón del maestro Paco de Lucía.

El jerezano comenzó su recital con un registro clásico, elegante y en muchos momentos virtuoso, en cuyo desarrollo hizo un extenso repaso a gran parte de los cantes de su tierra. Comenzó por unas alegrías; siguió luego con unos tientos y tangos, seguiriyas, soleás y bulerías, como buen defensor que es de los cantes de La Plazuela de aquel singular barrio de San Miguel, uno de los más emblemáticos de la ciudad, y que en 1984 le viera nacer; remató por fin actuación tan memorable, como si de la erupción de un volcán se tratara, con una serie de fandangos, muy suyos, pero que me recordaron lo mejor de Rubichi, Moneo y Agujetas, artistas todos del barrio de San Miguel, y, cómo no, también el cante de Terremoto o incluso del propio Manolo Caracol.

No cabe duda de que Jesús Méndez es un gran artista, y también una de las joyas de la cantera jerezana. Tiene por delante todavía mucho que aportar a la interpretación flamenca, y eso que ya ha recorrido medio mundo ganándose la vida como profesional: desde Asia al Viejo Continente, pasando por África, América o Australia; desde Nueva York a Pekín, o desde Amberes a Chicago, Boston, Washington, Miami, París, Nimes, Amiens, Créteil, el Thèâtre National de Chaillot y un largo etcétera. La altura de su arte ha sido sobradamente puesta de manifiesto en diferentes festivales y bienales de prestigio, junto a la guitarra de Gerardo Núñez o a algunas de las más importantes figuras del momento. Cuenta ya en su haber con premios tan importantes como el Nacional de la Crítica al mejor Disco Revelación, y algún otro, justamente obtenidos desde que comenzara a cantar hace ya cerca de cuatro lustros, en el atrás de las compañías de baile, tal y como en su día lo hiciera en el Tablao Bereber, donde de forma magistral actuara durante algún tiempo.

No es necesario decir que aquella tarde, en Rivero de Posadas, a Jesús de Méndez le vino de perlas la presencia de Manuel Silveria (premio Manolo de Huelva del Concurso Nacional de Córdoba), ya que el cordobés, con una reconocida trayectoria a la guitarra, es todo un virtuoso sin pedanterías con el instrumento de las seis cuerdas. Dando buenas entradas y salidas a los cantes del jerezano, cerró siempre los tercios en el acompañamiento con una notable improvisación, una prueba más de su riqueza expresiva. Se le notaba el oficio, el mismo que le llevó a acompañar a lo más granado del flamenco (Fosforito, Luis de Córdoba, El Pele, Fernanda y Bernarda de Utrera, Carmen Linares, Arcángel, Miguel Poveda, Manuel Mairena, Julián Estrada, Javier de la Torre, José Mercé, Paco Toronjo, Virginia Gámez o la Yerbabuena, entre otros muchos), lo que le sitúa en lo más alto del escalafón y en línea con los grandes guitarristas de otro tiempo, como Niño Ricardo o el propio Sabicas. En esas virtudes se asienta el prestigio de Manuel, quien generó el respeto del aficionado más cabal. Ambos artistas cumplieron de sobra con el dictamen más honrado de su conciencia, en una jornada que quedó para la historia, y en la que los asistentes quedamos más que satisfechos; y si no, que se lo pregunten a la cantaora Alexandra Ortíz La Monicha, o a Paco Orta, sentados en mi mesa y que, en ningún momento, con devoción, dejaron de tararear algunos de aquellos cantes para sí.

* Catedrático