En determinados momentos, las personas se manifiestan tal como son. Por ello, hay que estar atentos a esos momentos relevantes para conocerles.

Con motivo del cambio de Gobierno, del Partido Popular al Socialista, se dieron varios acontecimientos importantes. Pero me voy a centrar en dos personajes, Mariano Rajoy y José María Aznar.

Nadie pudo imaginar una caída tan fulminante de Rajoy. En solo una semana pasó de ser el personaje más importante de la política española a una desaparición discreta que incluso generó compasión en no pocos que antes le criticaban.

Parece que no nos acostumbramos a saber que todo en esta vida es efímero.

Una caída tan brusca es algo que se lo ganó el propio Rajoy a pulso, pues tuvo que ser una carambola lo que le hiciera ver que su vida política había llegado a término. Hay gentes que no saben desaparecer a tiempo, y es la vida la que se encarga de hacerlos desaparecer. Todos menos ellos ven que tienen que poner fin a su trayectoria pública. Es uno de los grandes problemas del poder, que ciega a quien lo detenta, de modo que no se ve a sí mismo con sentido crítico.

La moción de censura fue como un gancho de izquierda que dejó K.O. a Rajoy cuando menos lo esperaba. Una vez levantado de la lona, cuatro días después, en el comité central del PP, Rajoy dimitió como presidente, y al día siguiente dio a entender que dejaría la política, quedando como simple militante.

La despedida de Rajoy de la escena pública fue sencilla, con dignidad, sin rencor. El gancho de izquierda le hizo volver a la realidad, a ver que, tras la política y el poder, hay más cosas, por ejemplo, la familia; que la política no es eterna, y que irse, es irse; sin pretensiones de mangonear sobre el que ostente el poder en el futuro. Cada cual tiene su tiempo. Si hemos de pretender que respeten nuestras competencias y cometidos cuando es nuestro tiempo, también debemos hacer lo mismo cuando nuestro tiempo ha terminado y estamos en el tiempo de otro.

Rajoy no ha nombrado un sucesor, ni siquiera lo ha sugerido. Se ha propuesto respetar la elección colectiva que se haga en el seno de su partido.

Bien distinta ha sido la actuación de Aznar, que el mismo día en que Rajoy dimitía, se postulaba él, desde su podio, para colaborar en la regeneración del centro-derecha. Esta intervención es una más de una serie en las que Aznar no ha sabido estar callado. No es que no tenga derecho a hablar. Cualquier ciudadano lo tiene. Pero fue él quien nombró a Rajoy como sucesor, y debió asumir desde el primer momento que Rajoy no tenía por qué estar hecho a imagen y semejanza suya, sino que tenía su tiempo, como él tuvo el suyo.

No es lo mismo la crítica política de cualquier ciudadano que la de quien ha sido antes presidente del gobierno. Este, tiene una especie de prestigio moral que no debe utilizar oportunísticamente. Primero, porque siempre habrá trompeteros que querrán capitalizar en favor propio ese prestigio moral. Y segundo, porque no es ético utilizar ese prestigio moral desde la barrera contra quien se está batiendo el cobre con unos problemas que no son los mismos que tuvo su antecesor y que además no se ven todavía con la perspectiva que da la historia.

El prestigio moral de un exalto cargo debe ser utilizado de modo constructivo, y nunca para dejar en mal lugar a quien ha venido después. Y menos todavía para insinuar que desea que vuelvan a contar con él como si de un salvador se tratase, no resignándose a aceptar que el propio tiempo también pasó.

Para mí, los paradigmas de una despedida silenciosa y digna del teatro de este mundo, aun siguiendo vivos, los veo en Benedicto XVI, en Ronald Reagan y en Mijail Gorvachov, por citar a unos pocos. No es fácil saber desaparecer con dignidad, cuando se ha estado en lo más alto.

* Arquitecto