Puede la política mejorar la vida de las personas? Si hemos tenido incluso que llegar a hacernos esta pregunta es que las cosas no van demasiado bien. Hemos llegado a un punto de nuestra historia, que tiene su origen con la llegada de Reagan y Thatcher al poder en los años 80, en el que los mercados se han emancipado de los estados y auguran el incipiente gobierno de las multinacionales. Da escalofríos solo de pensar en la fusión de empresas como Monsanto y Bayern, la enfermedad y la cura, ahora de la mano. O el crecimiento exponencial de gigantes como Amazon, que destroza a comerciantes y productores locales por igual, sin dejar ni unos míseros céntimos en las arcas públicas. Ya lo dijo Rodrigo Rato, es el mercado, amigos.

Nos han insuflado a golpe de repetición los grandes éxitos de los mantras neoliberales hasta grabárnoslo a fuego en la conciencia. Empezando por el famoso «hemos vivido por encima de nuestras posibilidades», al también conocido «desde lo privado se gestiona mejor».

Han moldeado nuestro lenguaje con una exquisitez tal, que llamamos gasto a la inversión destinada a proveer servicios públicos y estímulo, o inyección de liquidez al rescate bancario. Rescate que, por otra parte, ni nos han devuelto, ni ningún partido del statu quo piensa reclamarle a los bancos. 60.000 milloncejos de nada.

Y, ¿qué tiene que ver todo esto con el municipalismo? Parece que cuanto más y más grande se hacía el monstruo, menos héroes y ahora, por fin, heroínas, podían llegar a salvar la calamitosa situación. Es en este contexto, de globalización fallida, donde el capitalismo financiero ha tomado las riendas de nuestras vidas, en el que el municipalismo ha llegado para reescribir el cuento y, por lo menos, dejar un final abierto a que gane la gente corriente. Miles de heroínas y héroes, la gran mayoría anónimos, que han decidido plantarle cara a lo que parecía un destino sellado, desde su pedacito de tierra, desde sus barrios, haciendo política desde lo más pequeño, y no por ello menos transformador.

Lo que hace tan sólo unos pocos años parecía imposible, ahora se ha convertido en realidad en las principales ciudades de nuestro país de la mano de gobiernos del cambio, que con valentía, honradez, y no pocos palos en las ruedas --muchos con la firma del ministro Montoro--, han demostrado que sin robar ni privatizar se gestiona mejor, que se puede hacer una política que beneficie a la mayoría y no a los de siempre. En Madrid se ha reducido una deuda desorbitada, herencia del PP, a mínimos históricos. Se está poniendo freno a la gentrificación y a la locura que suponen los pisos turísticos sin regulación alguna. En Barcelona se acaba de poner en marcha una empresa pública para proveer de energía limpia y asequible a los vecinos y vecinas, mientras se está recuperando el derecho a la ciudad para niños y mayores, y también --ya era hora-- para personas con movilidad reducida. El alcalde de Cádiz nos ha enseñado que sí se puede gobernar para la gente, sin despegar los pies del suelo, poniendo lo público al servicio de la mayoría.

Y, ¿en Córdoba? Pues, seguro que a estas alturas de mandato, cada uno de nosotros hemos sacado nuestras propias conclusiones. Pero si hay un mínimo común denominador, algo que nos duele en lo más profundo a quienes sentimos las calles y plazas de esta ciudad milenaria como nuestras, es la sensación de oportunidad perdida. Reducir el gobierno de una ciudad a la mera gestión de la limpieza, la circulación y el alumbrado público es una puñalada al corazón de nuestra ya maltrecha democracia. Y ojalá esta gestión fuera al menos sobresaliente, que no es el caso que nos ocupa.

Se acerca un tiempo de elecciones y, en consecuencia, tiempo de promesas. Al menos que esas promesas merezcan el esfuerzo de luchar por ellas. Ya somos muchas las personas que tenemos nítidamente claro que el municipalismo, camino y objetivo al mismo tiempo, va más allá de una simple promesa electoral. Municipalismo como promesa que hacernos a nosotros mismos y a las generaciones venideras. Municipalismo como forja de la ciudad soñada. Municipalismo desde el que entender y hacer ciudad. Y esto no es tan abstracto como pudiera parecer a simple vista. Hijas del municipalismo serían unas ordenanzas fiscales más justas, la municipalización del servicio de ayuda a domicilio o la recuperación del casco histórico para las vecinas y vecinos expulsados por el turismo. Municipalismo es, en definitiva, la paradoja de hacer democracia con mayúsculas desde lo más pequeño.

* Coordinador de Podemos Córdoba